Una de las grandes preocupaciones de nuestros conciudadanos es la de la vivienda, como también lo es la del trabajo. Pese a todo lo que nos quieran difundir y publicitar que son otros los problemas que nos preocupan.
Y no es extraño. La vivienda –al igual que el trabajo digno– es un bien social, un derecho humano, un derecho de todo ciudadano, recogido en la carta de los derechos humanos, como también en nuestra constitución de 1978.
Y, sin embargo, ay, desde hace tiempo, se está convirtiendo en un bien con el que se especula, con el que se obtienen cuantiosos beneficios, en un valor de mercado (ay, ese lema tan deshumanizado y tan cínico de “el mercado es el mercado”, que tanto prestigio tiene entre nosotros) que, para serlo, ha de ser despojado de ese atributo de bien social, de derecho de la ciudadanía.
De ahí que se nos están escamoteando esos bienes públicos y de todos que son las ciudades, los centros urbanos, los ámbitos geográficos más visitados, las áreas monumentales…, para ser convertidos en ámbitos no ya en bienes públicos y habitables…, sino en pisos y apartamentos turísticos, en los que se invierte con el fin de obtener beneficios.
Es –si se nos permite utilizar el símil mitológico– como si un fuego social (la vivienda) hubiera sido arrebatado a la ciudadanía a la que pertenece, por especuladores a quienes lo social importa un bledo.
El pensador francés Gaston Bachelard, en su bellísimo libro La poética del espacio (1957) reflexiona sobre la casa, sobre ese espacio propio, sobre ese nido que habría de pertenecer a cada ser humano, para desarrollarse en su plenitud, para lograr llegar a ser.
Nos habla Bachelard de la poética de la casa. Y toda poética, como es bien sabido, es estética, pero también es ética, comporta una actitud moral (de aceptar que ha de haber un espacio de todos y un espacio de cada uno; y ambos merecen idéntico respeto).
Y, al abordar en tal obra la casa, alude a “los espacios de intimidad” en los que el ser (cada uno de nosotros) se siente “amparado”. Espacio protector y de amparo, por tanto; espacio en el que podemos sortear todas las intemperies de la existencia.
La casa –continúa Bachelard– “es nuestro rincón del mundo. Es nuestro primer universo. Es realmente un cosmos”.
Y como tal nido, como tal rincón, como tal universo, como tal cosmos, no ha de ser escamoteada la casa, la vivienda (un derecho social y humano de toda la ciudadanía, que los gobernantes habrían de propiciar y proteger) por esos ladrones del sagrado fuego de lo común y de lo público que son los especuladores.
Nuestros gobernantes todos y de todo tipo tienen ante sí una responsabilidad social muy grande y muy urgente de la que, en el fondo, hasta el presente, se están evadiendo.
Y, sin embargo, en este ámbito como en otros, han de coger –tal y como indica la expresión coloquial– el toro por los cuernos. Poniendo coto, mediante las normativas legales que sean necesarias, a esos ladrones del fuego del bien común que son los especuladores.