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PROVINCIA
Actualizado 06/10/2024 12:29:51
Pablo González Sepúlveda

Según el historiador Ramón Grande del Brío, este conjunto de edificios pregona la pervivencia de unas claves simbólicas de interpretación de la naturaleza y de la vida del hombre

En el margen derecho de un arroyo que desemboca en la ribera de Cañedo, se asienta el templo parroquial de San Pelayo, obra románica de la segunda mitad del siglo XII y una de las mejor conservadas en toda la comarca.

Dicha construcción forma parte de una serie de monumentos religiosos que se alzan a lo largo del valle de Cañedo, dentro de las que se encuentran también las iglesias románicas de Forfoleda, Torresmenudas, Palacios del Arzobispo y Santiz.

En cuanto a la iglesia parroquial de San Pelayo de Guareña, es la única, entre las románicas salmantinas que tiene cripta. Apareció hace varios años, en el transcurso de unos trabajos de restauración, encargados por la Diputación de Salamanca concretamente en el año 1980. Según dicen, existe un tunel subterráneo que comunicaba dicha cripta con una de las cuevas-eremitorio próximas. El complejo de cuevas se encuentra repartido entre las inmediaciones del templo y un teso camino a la localidad de Los Arcos, que actualmente es usado por aficionados a la escalada para la práctica de este deporte.

En la parte trasera del templo, al borde del terraplén que antiguamente configuraba el atrio, hay varias tumbas y junto a ellas, una cruz de granito. Su diseño recuerda al de las cruces celtas.

Según el historiador Ramón Grande del Brío, este conjunto de edificios pregona la pervivencia de unas claves simbólicas de interpretación de la naturaleza y de la vida del hombre. No es, pues, casualidad el hecho de que tales obras arquitectónicas, cargadas de simbolismos ocultos, se levanten en una zona de religiosidad ancestral. Y es que, por mucho que se quiera, el conocimiento profundo de las cosas no sólo no puede ser alcanzado gratuitamente, sino que tampoco puede ser transmitido evidentemente.

La observación y el estudio de la naturaleza es entonces, requisito indispensable para acceder a la comprensión de lo que nos rodea, independientemente de que abordemos el estudio de un dolmen, de la vida de un animal o del arte de un edificio cualquiera.

La tradición eremítica tiene un pasado remoto. El retiro del mundo encierra una aspiración íntima por la vía de la contemplación, la oración y el recogimiento. De esta forma, ciertos espacios cavernarios prehistóricos, constituidos en centros de iniciación religiosos pudieran ser considerados sensu lato, como santuarios “eremíticos”. Al fin y al cabo, la persecución de un ideal ascético asimilable, idealmente a la virtud personal, es tan antigua como el mundo y nace de la introversión trascendente, alimentada por un anhelo de comunicación con la divinidad.

En cuanto al patrimonio natural de la zona, cabe destacar, un moral o morera, desgajada en tres troncos y ceñida por un murete de piedra, que se alza delante de la fachada principal de la iglesia, cerca de un pozo. Actualmente este ejemplar forma parte de una serie de árboles centenarios repartidos por la provincia, siendo éste en particular considerado uno de los más longevos de España y se encuentra dentro de la denominada ruta de las Catedrales Vivas, itinerario para los amantes de la naturaleza y el patrimonio, promovida por la Fundación Tormes-EB.

El complejo rupestre del valle de Cañedo, constituye por tanto un centro eremítico de primera magnitud con un patrimonio arquitectónico y natural que merece la pena ser visitado.

FOTOS: Pablo González Sepúlveda

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