OPINIóN
Actualizado 25/09/2024 11:29:58
José Luis Puerto

Uno de los síntomas de la soberbia de que está investido el mundo en el que nos ha tocado vivir es su tendencia, en no pocos campos, a hacer tabula rasa de todo. Y, sobre todo, de aquello que recibimos del pasado y, sin lo cual, no podemos, querámoslo o no, articular una realidad coherente en la que desarrollar el existir de todos.

De tal tabula rasa, ha sido, y lo sigue siendo, ay, el libro impreso, uno de los hallazgos y de las conquistas de la humanidad más decisivos y, también, más civilizadores, por ese carácter múltiple que tiene de archivo de la memoria de todos, de transmisor de la belleza (verbal, visual…), así como también, y sobre todo, de difusor de la cultura.

Afortunadamente, el libro impreso, hasta el momento, hasta hoy mismo, sigue resistiendo los embates de la barbarie ‘tecnológica’ y tecnologizante que se nos está queriendo imponer, al precio que sea y con no sé cuántos calzadores.

Vivimos en un mundo, en una sociedad, de múltiples expurgos. Todo aquello que molesta, que no conviene, se expurga. Se expurgan empleados de oficinas bancarias; se expurgan sanitarios, para llevarnos a irreales consultas “on-line”; se expurgan docentes… Se expurga todo.

Traemos hoy a colación este asunto de los expurgos, porque, uno de estos días, en que necesitábamos leer y consultar una obra del jesuita P. Juan de Mariana (Tratado contra los juegos públicos), al advertir que tal título se encontraba en el segundo tomo de sus obras, editadas por la Biblioteca de Autores Españoles, acudimos al instituto en el que dimos clase y en el que nos jubilamos –pues en su biblioteca se encontraban todos los libros de la B.A.E., acrónimo por el que tal Biblioteca es conocida–, para tratar de realizar tal consulta.

¡Pero ya no estaban en ella! ¡Los habían expurgado el curso anterior! Porque no son literatura apta para adolescentes y jóvenes, en pro de títulos de esa literatura “juvenil”, tan en boga comercial y que, en nuestros centros educativos, ay, está derrotando a Berceo, el Lazarillo, Cervantes o el P. Juan de Mariana, por no citar sino algunos de nuestros clásicos.

Nos entró una gran tristeza, pues la Biblioteca de Autores Españoles, ay, ¡había sido expurgada! ¿Libros arrojados a los contenedores de papeles, distribuidos arbitrariamente entre el alumnado, amontonados para que los recogiera el que fuera pasando por allí?

La Biblioteca de Autores Españoles (B.A.E.), “desde la formación del lenguaje hasta nuestros días”, es una colección que consta de 71 volúmenes de clásicos castellanos, publicada entre 1846 y 1880 (con múltiples reediciones posteriores; en la Editorial Atlas, por ejemplo) por Manuel Rivadeneyra y su hijo Adolfo Rivadeneyra.

¿Por qué no puede formar parte, hoy, del legado bibliográfico de un centro de educación secundaria? Sabemos que en algunas bibliotecas universitarias se amontonan en los sótanos. ¿Por qué se expurga?

¿Por qué vivimos en una sociedad que trata de hacer tabula rasa de todo? Nos lo tendríamos que hacer mirar –como indica una expresión muy utilizada hoy día.

Somos seres marcados por la memoria, por la continuidad, por el hilo de la historia. Y un poco más de humildad y de respeto por el pasado no nos vendrían mal, para no perder esa luz de humanización, de seres humanos, que nos caracteriza.

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