La decisión de México de no invitar a Felipe de Borbón a la ceremonia de toma de posesión de la presidenta electa mexicana Claudia Sheinbaum, además de vehículo de la indignación de cortesanos y pelotas palaciegos españoles, significa una encomiable decisión democrática que vuelve a sacar a la luz, afortunadamente, el no por viejo olvidado tema del imperialismo español y el llamado “Descubrimiento” de América, una de las épocas más sangrientas y sanguinarias en la que tuvieron lugar horribles matanzas, robos, expolios y el genocidio de pueblos y civilizaciones enteras, no solo en México sino en otros muchos países americanos, sometidos durante siglos a la soberbia dictatorial española y a la interminable expoliación de sus tierras y culturas.
La operación política, mediática y editorial que sigue teniendo lugar en España (y solo en España) de intentar “blanquear” el “Descubrimiento”, se nutre de profusión de publicaciones, textos editoriales, artículos, “estudios”, conferencias y eventos destinados a mentir descaradamente y manipular la historia negando argumentos, razonamientos, pruebas y evidencias de la sevicia española en la “conquista de América”. Si en cierto modo esa campaña de manipulación ha cuajado en nuestro país con una intoxicación social a favor de la monarquía (de ahora y de entonces, en realidad la misma cosa) y una historia falsa, infantiloide y heroica para crédulos de boca abierta, no ha tenido eco alguno, sino todo lo contrario, despertando la indignación por las falacias históricas e insultos a sus pueblos en los países americanos que fueron sometidos y sojuzgados por las monarquías españolas durante siglos.
Y es en ese sentido, el de la dignidad, el amor propio y el orgullo de la identidad (también en la búsqueda de la verdad) en el que López Obrador, el presidente mexicano ahora saliente, dirigió hace años una petición a Felipe de Borbón solicitando disculpas en un documento de reconocimiento del lamentable comportamiento español en aquellos siglos. La falta de respuesta, el desprecio a esa petición y la campaña periodística, política e institucional de insulto y descalificación que tanto la petición como el mismo presidente mexicano y su país recibieron en España, no hicieron sino constatar que la soberbia, la fatuidad y la estúpida jactancia española frente a sus antiguas colonias, no ha perdido las ínfulas imperiales que, sin embargo, con el paso del tiempo se vuelven ridículas, grotescas y mezquinas, y que motivan y justifican ahora que México no quiera tener entre sus invitados al máximo representante de esa actitud.
Asunto distinto, o tal vez no tanto, es el juicio, aprecio y apoyo que la monarquía y sus séquitos y cohortes merecen en cada vez más personas tanto en España como en el mundo, a la vista de los comportamientos delictivos e impunes de Juan Carlos de Borbón y de miembros y allegados a su familia, que nos “obsequian” cada día con el patetismo de lo extemporáneo. La espesa capa de silencio que sobre el origen, significado, imposición, privilegios e insultos que, además de sufragados en su descaro por fondos públicos, implica soportar la monarquía impuesta por la dictadura franquista, se parece mucho, si es que no es la misma cosa, al desprecio que obtuvo la petición de disculpas de López Obrador.
Interesadamente reducido el debate al enfrentamiento monarquía-república (lo que lo encuadra como asunto solo político, despojado del tema de su principal carga, la ética y su contenido moral), la decisión ciudadana sobre la forma de estado en España es una asignatura pendiente que por esquivarla abarata nuestra democracia, por tolerarla apuntala la desigualdad y por vivirla consagra nuestra sumisión. Afortunadamente México, como otros países americanos, han superado hace tiempo la asignatura de la capitulación ética, alcanzando la libertad de decidir quién, y sobre todo quién no, es recibido en su casa.