Han pasado ya suficientes años para que los seres humanos veamos claro cómo los grandes inventos tecnológicos siguen caminos muy distintos en función de la intencionalidad y modos de uso en la utilización.
La primera finalidad de la telefonía móvil fue poderse conectar dos interlocutores con dos dispositivos no conectados por las líneas telefónicas construidas. Fue una conquista llena de posibilidades de comunicación y de finalidades muy positivas en numerosas situaciones. Pero que esos mismos dispositivos albergaran en sus capacidades tantos problemas importantes en las relaciones humanas y en los obstáculos para el aprendizaje en los niños y los adolescentes, nadie lo previó, al menos suficientemente.
O que un portátil pudiera convertirse en una especie de “rincón del vago” o “juguete” en lugar de ser un instrumento de gran ayuda para la investigación y estudio, tampoco nadie lo previó.
Ahora, en los comienzos del desarrollo de la IA, algunas voces están advirtiendo de los graves problemas que puede crear a muchos grupos sociales, si no se atajan con unas leyes y normativas suficientemente claras que sirvan de límites a la aplicación de la IA para no perjudicar a terceros. Hace unos días el Diario.es informaba sobre las declaraciones del filósofo Yuval N. Harari: “Hay un potencial totalitario en la IA nunca visto antes”, eran sus palabras en la presentación de su último libro.
Ponemos un solo ejemplo de aplicación de IA, que se está dando en la actualidad en nuestra ciudad, concretamente protagonizado por la Universidad de Salamanca y que señala el camino de ese riesgo de “totalitarismo” al que se refiere Harari: la universidad salmantina (según noticias publicadas estos días) está creando una publicación, en forma de comic, con el tema de “el cielo de Salamanca” como motivo, y con la IA como exclusivo agente creador de dicha publicación. Grupos profesionales del campo del diseño gráfico, de la escritura, de las artes gráficas ya han protestado antes este proyecto universitario, viendo peligrar sus actividades profesionales, que desaparecerían disueltas en la capacidad supuestamente ilimitada y a la vez nunca creadora, inherente a las técnicas de inteligencia artificial.
¿Cuándo se dará el paso siguiente para que el discurso del político sea redactado por la IA? ¿Cuándo sistemáticamente la IA confeccionará las portadas de los libros, escribirá “novelas”, “poemas”, tomará decisiones sobre los grandes temas educativos, sanitarios, militares o de infraestructuras públicas?
Las fantasías de omnipotencia del ser humano no desaparecen por muchas lecciones que nos dé la Historia; la ambición humana y el deseo de posesión siempre encontrará en la IA un aliado, no tanto para el bien general sino sobre todo para los propios intereses egocéntricos.