Una corrida llena de matices, noble, pero no tonta, con faenas largas y un cuarto extraordinario
Al igual que hay carteles que sólo con verlos dan pereza, por repetidos, por el intercambio de cromos, por la prostitución interna del toreo, hay otros que invitan por sí solos a acudir a la plaza. Esto ocurría este domingo en La Glorieta, con un cartel para enmarcar, de los que crean afición y llaman a los aficionados a los tendidos. El cartel de la feria.
A pesar de los precios, que frenan muchos bolsillos, Salamanca hoy tenía ganas de toros, de toreros. Cartelón, como decía la canción del guapazo de Miguel Gallardo, de los de "hoy tengo ganas de ti".
Tres toreros, tres edades, tan distintos, tan torerazos, y una ganadería en un momento dulce, cumbre, que reafirma la bravura del campo charro.
Ganas de renovar un compromiso con Perera, que tantas faenas de ensueño ha firmado en Salamanca; que ha pagado con sangre el peaje. Aún recuerdo el sonido seco del pitón rasgando sus carnes ante mis ojos, aquella noche de pesadilla con la prensa pegada a la puerta de la enfermería, ese silencio negro en el patio de cuadrillas, y después el milagro de la resurrección, esta condición sobrenatural que tienen los toreros.
Ganas de un Emilio de Justo al que nadie le ha regalado nada, al que le ha costado sangre y sudor que todo el mundo viese su toreo portentoso, prodigioso. Cuando lo veo en la plaza, pienso en la trastienda de silencio y lágrimas cuando no suena el teléfono, cuando nunca hay sitio; en la alegría de los que llegan desde abajo por sí mismos. Y me emociona, porque es jodido ser, estar, saberse, y no desfallecer. Qué dura es esa trastienda callada, sombría, del toreo; cuánta luz, cuántas ganas, cuánta fuerza traen quienes la han vivido.
Aunque fue manso de salida y huidizo, cómo aprovechó las embestidas de su primero, que se quedó como un guante por el pitón derecho después de un puyazo de premio. Qué pena que con el quinto -colorao ojo de perdiz aunque salió garbanzo negro, muy flojo- no pudiese desplegar la antología de su tauromaquia, pues ninguna opción tuvo. Pero yo sigo teniendo ganas de ti, ganas de más.
Ganas también, muchas, muchísimas, de un Borja Jiménez en estado de gracia, tocado con esas bolitas que dicen esparcen los dioses. Borja Jiménez con Julián Guerra a su lado, en el callejón, pegado a su costado como una sombra, cosido a su traje. Julián, del que dicen que molestan sus voces, sus maneras, pero qué certeras siempre, qué manera de ver, conocer los toros y su manejo, qué manera de poner a funcionar a todos los toreros que caen en sus manos.
Y cómo torea Borja Jiménez, qué elegancia, qué finura, qué cosa más bonita. Cómo ve sus toros, cómo se los pasa, cómo se coloca. Qué mano izquierda con su primero, qué torería. De uno en uno, pero.profundos como un mar sin fondo, pura hermosura, mientras la Banda de Alba de Tormes ilustraba esa belleza de faena, tan redonda, solemnizando con "Nerva" cada pasaje como quien acompaña el paso de la Trianera por Sevilla. Y qué suavidad en su capote, en sus muñecas, en el quite al que cerraba plaza, que no era fácil, aunque le tapó mucho el peligro sordo que llevaba. Torero caro, de arte pero valiente, que siempre apetece ver, descubrir. Incontestable en su presentación en Salamanca.
Borja debería ser el perfecto sustituto de Morante en los huecos que deja. Por su concepto, por su toreo caro que entra como una brisa fresca en el enrarecido aire que siempre sopla en el mundo del toro, ese aire rancio de los despachos, del yo te doy, tú me das. Y si no te lo dan, Borja Jiménez, más ganas tenemos de ti, que te entregas por entero, tan generoso.
Ganas de los toros de Vellosino en una magnífica temporada, que ha echado un encierro cinqueño de espectacular presentación; una corrida llena de matices, noble, pero no tonta, con faenas largas y un cuarto extraordinario.
En su punto, precioso de estampa, abría plaza Palmerillo, aplaudido de salida, guapo. Un señor toro alto, tocado hacia arriba, con un gran pitón derecho que tuvo la suerte de encontrarse con Perera que, lo reconozco, es uno de los míos de cabecera por su infinita capacidad, por su temple, su suavidad, su manera de prolongar las embestidas hasta el infinito.
Qué torazo ese cuarto con 685 kilos de bravura y qué lección de técnica la de Perera, que supo aprovechar y lucir su extraordinaria condición. Tan técnico, tan fácil lo hace, que a veces arriba no se aprecia el valor de cada lance. Pudo sobrar el segundo pañuelo blanco y faltar un mayor reconocimiento al que hasta ahora puede ser el toro de la feria.
Frío a veces como el hielo que se deshace en la copa, pero siempre poderoso, conocedor de tiempos y distancias, Perera asombra como quien se presenta desmantelado. Que si era demasiado alto, decían cuando empezaba. Y ahora, ya veterano, figura, consagrado, sigue provocando la misma emoción contenida con el mismo temple, tan asentado.
Tarde de hacer afición, de sentir colmadas las ganas, la expectación con la que se acude a una plaza de toros. Hoy había ganas.