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CULTURA
Actualizado 12/09/2024 16:22:50
Charo Alonso

José Ramón Cid Cebrián y la Escuela municipal de tamborileros ofrecen una excelente Conferencia-Concierto en el Casino de Salamanca

En la elegante quietud serena del Palacio de Figueroa solo hay un eco de la calle en Ferias y Fiestas que tiene esta tarde noche sones de la francesada. El folclorista José Ramón Cid Cebrián y la Escuela Municipal de Tamborileros y música tradicional de Ciudad Rodrigo nos proponen un paseo musical por los turbulentos años que van de 1807 a 1913, cuando la posición estratégica de la provincia de Salamanca la convirtió en escenario de las Guerras Napoleónicas, un espacio habitado y transitado por todo tipo de nacionalidades que, en muchas ocasiones, tuvieron una convivencia pacífica en medio de los combates y saqueos y que dejó su huella en la tradición oral y en la música popular de la tierra.

Sabemos del rigor con el que se documenta Cid Cebrián en su búsqueda de archivos, memorias y crónicas del mundo napoleónico –suyo es el admirable ejemplo del museo mirobrigense- y de su pasión por la gaita charra y el tamboril, una pasión esta vez, trenzada con su erudición histórica. El recorrido de la conferencia será claro y riguroso, e irá acompañado de las canciones populares cantadas por el coro y la música del tamborilero, el almirez, las castañuelas y el pandero cuadrado de Peñaparda, música que, en palabras de los cronistas ingleses y franceses, llamaba la atención dada la seriedad de los españoles. Unos españoles que aparecerán en ocasiones denominados como “simples, despreocupados, primitivos, rústicos, sencillos, rudos, simples, groseros, toscos, brutos…” por los visitantes de la contienda.

Música de fandango, de pasacalles, música bolera que ha transcendido a través del tiempo y nos recuerda en las letras al rey deseado, al Mambrú que se fue a la guerra que también cantaban las madres inglesas para dormir a los niños y que, sorprendentemente, viene de una música árabe trasmitida por los cruzados y de un personaje real de la guerra de Sucesión de 1709. Las crónicas de nuestros visitantes nos hablan del Baile de la Manzana o de los Alfileres, nos recuerda la muerte violenta de los afrancesados, su sorpresa ante el insólito pandero cuadrado que les recuerda a un instrumento antiguo egipcio y sobre todo, nos relata la vida de los protagonistas de la contienda. En las letras, a menudo vivas, plenas de ingenio, aparecen José Napoleón, el rey que no era tuerto ni borracho, el Marqués de la Romana -“Marqués de la Romana/por Dios te pido/que saques a los franceses/de Ciudad Rodrigo”- o las huestes de Don Julián Sánchez el Charro, lanceros que cambiaron la garrocha por la lanza y que robaban el ganado a los franceses.

Es la memoria colectiva de una guerra que hizo pasacalles las historias de las mujeres enamoradas de los ingleses, aliados y no amigos que también saquearon Ciudad Rodrigo, y a quienes no les gustaba la dieta de vino y tocino, el gusto por el tabaco y la simpleza de quienes protagonizaron, sin embargo, sus crónicas, novelas, epístolas y diarios de guerra. Una guerra relatada en forma de música que, cuando el joven Cid Cebrián se inició en las artes del tamboril, formaba parte del repertorio del Tío Frejón, famoso músico del pueblo que seguía hablando de Josefa, la de Fuentes de Oñoro, enamorada de un intendente inglés y prometida de Don Julián, del rey Bonaparte, del emperador al que se le atraganta este país de guerrillas y de letras plenas de humor y de sangre.

En las voces de Nino Rodríguez, de Marga García, de Belén Barco, de Alfonso González, Vanessa Caballero, Ana María Martín, Agurtxane Alonso y en la música de José Ramón Cid Cebrián, late el recuerdo de un episodio de nuestra historia que sigue vivo en el cancionero de la tierra. Antropología, folclore de un cruce de caminos que tuvo a Europa en vilo a las órdenes de Wellington o Marmont, los protagonistas del sitio mirobrigense o la decisiva Batalla de los Arapiles. La música fue relator y testigo, y suena aún en la memoria de quienes, como Cid Cebrián, saben hallarla, custodiarla y darle vida.

Charo Alonso. Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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