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BRACAMONTE
Actualizado 10/09/2024 22:47:43
Raul Blazquez

Conocida por varias generaciones de vecinos, llega a la jubilación tras 52 años de total dedicación a familia y negocio. Repasamos su vida y algunos detalles que guarda en imágenes

Solo con pronunciar su nombre ya supone esbozar una sonrisa para generaciones de peñarandinos y vecinos de la comarca, además de elevar la mirada y no parar de recordar. Y es que María Teresa Madrid, la eterna sonrisa detrás de un servicial mostrador, el ofrecimiento de ese pan tan auténtico y la cercanía que ofrece la tienda de barrio, ha colgado las botas después de 52 años de total y absoluta dedicación a un oficio familiar que perdurará sin duda.

Un final, que abre la puerta a una más que merecida jubilación que Mari Tere, como todo el mundo la conoce, aún emocionada, está situando como su nueva realidad. “Estoy un poco desubicada, sobre todo en los horarios, ya que el despertador sonaba a las siete de la mañana…ahora suena a las nueve y parece algo raro que incluso algún día me lleva a levantarme sobresaltada pensando en que no me dará tiempo a hacer todo lo que quiero…el chip le tengo todavía en activo, me iré haciendo poco a poco seguro, pero cuesta y mucho”.


Pero estamos contando un final a 52 años de trabajo y esfuerzo detrás del mostrador en las diferentes tiendas que ha tenido la familia por diversos puntos de Peñaranda, algo entre lo que se encuentra la que mantiene desde hace 34 años en la prolongación de Carlos I (frente al parque de Bomberos), en la que se ha mantenido hasta su retirada, con 66 años y medio cumplidos.

Tal y como explica Mari Tere, el origen de su vida está junto a su familia. “Teníamos el horno y la panadería, por lo que desde muy pequeña estuve siempre ayudando. Recuerdo que estudiaba, lo poco que pude hacerlo, y una de mis profesoras que recuerdo con gran cariño, Doña Juanita Castillo, me decía “hija no hay un día que hagas un recreo, siempre te vas a casa a ayudar”. Cuando todos mis compañeros de clase se quedaban jugando en el patio yo me tenía que marchar a echar una mano a mi madre…También recuerdo como todas mis amigas me iban a buscar a la salida de la misa de una cada domingo…ellas no faltaron un domingo a buscarme, pero la verdad es que yo no fui ni un domingo a misa ya que tenía que echar una mano en la tienda…momentos de estos recuerdo muchos, pero era un negocio esclavo y en casa éramos muchos”.

Una entrega que, para una chica joven era también un sufrimiento, especialmente a lo relativo a la vida social ya que, tal y como apunta, “he dejado de vivir muchas cosas, algo que me ha supuesto más de un berrinche… pero dentro de ello he sido feliz la verdad…con los años pude conseguir retomar estudios y hacer el nocturno…pero entre la tienda, la casa y todo tuve que dejarlo antes de acabar” mientras que, una vez pasada esa etapa, subraya en mayúsculas situaciones como la maternidad y cómo compaginaba el trabajo con la crianza de sus pequeños. “Tengo cuatro hijos, mi orgullo. Recuerdo como daba a luz y después de los dos o tres días que te tenía de ingreso en el hospital, ya venía derecha a ponerme al mostrador…no sé lo que es que me llevaran un caldo a la cama…ahora veo muy bien que te den esos meses de permiso porque puedes disfrutar de la maternidad y de tus hijos…no se me olvida cómo dejaba a mis hijos envueltos en una mantita cada vez que sonaba el timbre de la tienda cuando la teníamos junto al horno, y salía a despachar, fuera la hora que fuera. Eso ahora en impensable”.

Pero más allá de todo esto, el mostrador ha supuesto para Mari Tere algo profesional y personal a partes iguales, atesorando vivencias en las que muchos estamos involucrados. “Me llevo muchísimos recuerdos. No olvidaré a mucha gente que tuvieron que marcharse de Peñaranda y han vuelto, 20 o 30 años después, y han venido a saludarme…eso lo llevo en el corazón. O niños que has visto nacer…y es que con los pequeños he tenido siempre mucha atención y les daba algún bollo o golosina…y ahora vuelven como adultos y junto a sus hijos, recordando aquellos tiempos y contándoselo a sus hijos…me hace sentir muy muy feliz…al final son 52 años tratando con el público y en muchas zonas de Peñaranda. Creo que a la gente de 40 años en adelante que preguntes por mi seguro que conocen”

Al preguntarle por el cambio que ella misma ha visto en la sociedad a lo largo de toda una vida dedicada a lo que coloquialmente podemos llamar ‘cara al público’ se emociona al recordar algunas de sus vivencias. “Antes se hacían vales para vender el pan y la gente pagaba al mes sin ningún problema. Esto en la época de mis padres…pero en la época de mi abuelo el pan se vendía por la ‘tarja’ que era un palo que tenía cada cliente, al que le hacían una muesca cada vez que se llevaban un pan o una molleta, que era lo típico. Tantas muescas hubiera al mes eso pagaban…recuerdo como la gente le decía “señor Kiko (mi abuelo) deme un pan” y el hacia una marca con un cuchillo por cada una…y en cuanto cobraba la gente rápidamente venían con todo el cariño y pagaba”.

Son solo algunos de los ejemplos de las vivencias atesoradas en el pequeño comercio que reinaba en nuestros pueblos, de lo que Peñaranda no escapaba ni mucho menos, convirtiéndose estos pequeños espacios comerciales en lugares de tertulia en los que los vecinos desahogaban sus vidas a diario como si el dependiente fuera de la familia, algo de lo que Mari Tere sabe y mucho. “Antes la gente venía y te contaba con toda confianza una pena o una alegría…ahora está cambiando mucho ya que la gente va a lo suyo…lo malo es cuando te llevas las penas que te cuentan a casa, algo que muchas veces era y es inevitable ya que al final quieres mucho a la gente y tienes con ellos un trato familiar”.

Pero por encima de todo, destaca la importante enseñanza que ofrece el mostrador. “A mis hijos siempre les he dicho que la peor carrera es la de tu madre detrás del mostrador. He aprendido mucho de la vida real, pero en lo bueno y en lo malo”.

Pero tras tantos recuerdos, vivencias y anécdotas, llegaba hace apenas unos días su despedida del oficio. Una jornada dura pero que vivía de manera especial. “Sinceramente el último día de trabajo me ayudó mucho la gente a vivirlo mejor. He recibido tanto cariño de la gente que me ha costado menos retirarme…Fue una sensación rara que he vivido emocionada la verdad…pero como es mi hija la que se queda al frente, algo que me genera mucho orgullo ya que ha querido dejar su vida para ponerse al frente del negocio, cambia mucho…ahora vengo a comprar el pan podríamos decir (sonríe)”.

Una nueva etapa vital la que se abre ante Mari Tere, sobre la que tiene muy claros sus objetivos. “Quiero viajar, vivir y disfrutar. Si que he podido vivir ya que mis hijos me han ayudado mucho, quedándose al frente si yo me marchaba o necesitaba descanso…El año pasado fue la primera vez que cerré unos días para irme de viaje a Canarias…en ese viaje me di cuenta real de que hay vida y hay que vivirla” pero reconoce que, si tuviera que definir su existencia tras el mostrador lo definiría como “vida. Ha sido vida, así de rotundo. De hecho, si volviera a nacer volvería al mostrador…de hecho mi cabeza sigue dando vueltas y si me dicen vuelve no lo dudaba eh (sonríe)”.

Hoy ya visita su tienda como una clienta más, viendo la vida desde fuera de ese lugar que tanta felicidad le dio y siempre recomendando, al igual que hace su hija, sobre los productos que mas pueden convenir a los gustos de su familiar clientela, destacando el pan, entre el que aún podemos encontrar la Fabiola, una creación que tiene más de medio siglo de antigüedad, y que hoy sigue siendo todo un sello distintivo de este negocio que lleva a gala la definición de familiar.

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