Llegó septiembre y con él las calles vuelven a llenarse de escolares arrastrando sus mochilas a tope de libros nuevos y cuadernos en blanco. Atrás quedan las mañanas de calles vacías, tristes, sin vida, porque el desfile de escolares camino del colegio las cambia por completo. Si algo no me gustó nunca de los calurosos meses de julio y agosto cuando tenía que fichar a las ocho de la mañana era su ausencia. ¡Qué tristeza! ¡Qué soledad! ¡Qué grandes parecían!
Pero con esa compañía que las hace más atractivas, más alegres, más vivas, solo se puede contar viviendo en ciudades o pueblos grandes, en los pequeños, que son mayoría en nuestra comunidad, no hay colegios y, por lo tanto, no hay escolares, y los pocos que quedan abiertos tienen los cursos contados.
Este curso son cinco colegios los que han echado las llaves para siempre, y como el resto de los pueblos se quedarán también sin bar, sin banco, sin comercio, sin médico, sin farmacia, sin cura, sin total acceso a internet, sin transporte público… y en algunos con lobos que amenazan los rebaños de ovejas y campos con riesgo de incendios por el abandono que sufren. Todos tenemos derecho a los mismos servicios, pero que dejen de engañarnos, eso depende del lugar donde se vive.