OPINIóN
Actualizado 27/08/2024 13:05:56
Francisco Delgado

El vínculo afectivo entre los nietos/as y sus abuelas/os no surge desde el principio de la experiencia directa de convivencia entre nietos y abuelos; el vínculo previo que explicará cómo serán en el futuro las relaciones entre los pequeños de la familia y los padres de sus padres es el vínculo ya establecido entre los abuelos y los padres.

Durante las vacaciones de verano y de Navidad, se dan los períodos más frecuentes, en general, para una mayor convivencia entre los nietos y sus abuelos. En esos períodos más largos de convivencia se muestran con más claridad los afectos ( o rechazos) entre unos y otros. La pregunta de una niña o niño sobre “ ¡por qué quiero tanto a mi abuela( o abuelo)” o la de unos abuelos “¿ por qué quiero tanto a mi nieto/a?”, no es fácil de responder.

Para entender las vicisitudes por las que pueden pasar estos vínculos afectivos hay que formular primero la pregunta ¿cómo son las relaciones entre esos padres y esos hijos, a su vez ya padres? Pues para poder comprender un vínculo amoroso, hay que ir a la base de ese afecto; según la teoría psicoanalítica el mecanismo de identificación es la base del amor, pero la identificación es un mecanismo inconsciente. Un niño no imagina ni siente que él es el abuelo o la abuela, lo mismo que una abuela o abuelo imaginan que su nieta o nieto es él o ella misma. Son procesos inconscientes que normalmente permanecen inconscientes toda la vida.

Ahora bien, ¿qué ocurre si una hija, ya madre, o un hijo, ya padre, sienten algún rechazo importante por su propia madre o padre? Incluso aunque este rechazo no lo expresen voluntariamente, su hijo o hija va a percibir ese rechazo, aunque no esté puesto en palabras o signos visibles. Es decir, la imagen de los abuelos en este caso va a quedar confusa o ambivalente para los nietos. Dicho de otra manera: es necesaria una buena relación básica entre padres e hijos para que los nietos puedan tener una imagen predominantemente positiva de sus abuelos.

Pero la historia de los afectos entre abuelos, hijos y nietos, puede aún complicarse más:

Puede ocurrir, y ocurre con frecuencia, que los niños que perciben que sus padres rechazan o tienen conflictos con los abuelos, se encuentran en una duda, quizás crónica, sobre quiénes son “los buenos” y quiénes son “los malos”. Tanto los niños como los abuelos tienden a idealizarse mutuamente (sobre todo cuando los abuelos no tienen funciones de educadores con sus nietos) y en esa división infantil entre “buenos” y “malos”, en general los niños eligen a sus abuelos como “los buenos” y a los padres como “los malos”. Un ejemplo llamativo de qué ocurrió con Lwdvig v. Beethoven con su padre y su abuelo demuestra esta división: Beethoven podemos decir que repudió a su padre de por vida, sintiendo que fue un padre, además de borracho casi diario, cruel y muy autoritario con él, el mayor de los hijos. De tal manera le rechazó que decidió no llamarle jamás por su nombre, ni escribir este nombre, Johann, en toda su vida. Decisión que cumplió. Sin embargo, el abuelo paterno, idealizado, fue para el genio, su gran guía, su modelo, su ideal de hombre. Pero ni su padre fue un hombre tan negativo como lo pintó siempre Beethoven, ni el abuelo el dechado de virtudes que él decía.

El juego inconsciente de identificaciones entre las tres generaciones, da lugar a a muchos amores y rechazos que poco tienen que ver con la objetividad de los hechos.

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