Salvo los favorecidos por el sistema, son multitud los que ven cierta similitud entre la forma de gobernar de Maduro y el derrotero que va tomando en España la gestión de Sánchez. Allí, Chávez llegó al poder en medio de una verdadera lluvia de dólares, fruto de la industria estatal del petróleo, que malgastó sin dar explicaciones. Cuando Maduro alcanzó el poder, esa industria estaba en horas bajas, pero él siguió despilfarrando los fondos que ya no tenía y poniendo en marcha las máquinas de hacer billetes para batir el record mundial de la inflación y ser el responsable del éxodo de casi 10 millones de venezolanos. Aquí, Sánchez está aumentando nuestra deuda.
Siendo dos sátrapas para Venezuela, Maduro ha conseguido superarse a sí mismo. A su incapacidad – u oposición- a combatir la corrupción debe añadir sus continuos ataques a la libertad y a los derechos humanos y, ahora, el burdo pucherazo dado en las últimas elecciones generales. Decir que Venezuela es hoy una república bananera es manchar el verdadero significado de lo que representa ese sistema de gobierno. Venezuela es una dictadura en toda la regla.
Si en el gobierno que nos ha tocado en suerte aparecen, con más frecuencia de la que sale reflejada en algunos medios, indicios de corrupción que merecen la consideración de ser calificados como tales, y desde las altas esferas se hacen verdaderos esfuerzos para enmascararlos con la sospechosa aparición de “trapos sucios” atribuidos a quienes los han denunciado, estamos copiando las formas del régimen venezolano.
Si este gobierno se niega a dar explicaciones cuando se le interpela para que explique el verdadero alcance de las concesiones cedidas a los partidos que venden su voto a cambio de privilegios claramente discriminatorios y, en muchos casos, contrarios al espíritu y la letra de nuestra Constitución, es que estamos dejando de ser una verdadera democracia.
Si la labor de determinado ministerio es un verdadero caos y la opinión pública se queja de ese mal servicio, no es de recibo que el responsable de la cartera, haciendo gala de la zafiedad que le acompaña, arremete contra los afectados, pretende hacernos creer que su ministerio funciona mejor que nunca o acaba descargando la culpabilidad en Franco, estamos imitando a Maduro, o a Charlot. El bocachancla Puente, además de su ineptitud, da muestra clara de no saber asumir las justificadas quejas de quienes sufren su reiterada torpeza. Lo más grave es que, cada vez que insulta a los demás, se siente orgulloso de sus groserías. Haría muy buen papel como ministro de Maduro.
Cuando la mayoría de ciudadanos de un territorio se declara partidaria de ser gobernada por una organización que ve con buenos ojos el crimen y la mafia y el gobierno central no sólo lo permite, sino que negocia con ella para no perder el poder y a cara descubierta, esa conducta sería definida en cualquier lugar sensato como una dictadura. Aquí, que somos especiales, lo llamamos progresismo.
Si un gobierno coloniza los órganos superiores de la justicia, presume de tener a su alcance la posibilidad de influir en sus decisiones, dicta leyes que chocan frontalmente con la legalidad y, sin el conocimiento de la posición, llega a acuerdos perjudiciales para la nación, negándose repetidamente a dar las oportunas explicaciones ¿Estaríamos hablando de Maduro? Tristemente hablamos de Sánchez y su equipo de coadjutores.
Todo lo dicho hasta aquí no tiene nada de exageración. Cualquier espectador que viva esta situación, opinaría lo mismo. Como español que ama lo suyo, es muy triste comprobar lo bajo que hemos caído, dentro y fuera de nuestras fronteras.
El silencio de los que son comparsa de este gobierno, la verborrea de nuestro presidente y la falta de acuerdo de quienes podrían evitarlo nos han traído hasta aquí. ¿Qué debe pasar para que España recupere el lugar que le pertenece? Siguiendo esta senda acabaremos peligrosamente pareciéndonos a Venezuela.