OPINIóN
Actualizado 26/08/2024 06:52:26
María Jesús Sánchez Oliva

El 24 de agosto de 1991 el parlamento de Ucrania declaró la independencia y su ruptura con la URSS, que en aquel momento se desmoronaba, pero solo tres décadas pudo celebrar su Día de la Independencia en paz. El sábado, como los dos años anteriores, los ucranianos conmemoraron el 33 aniversario de su independencia de la Unión Soviética con tristeza, cansancio, dolor y un deseo: que se ponga punto final a una guerra que iba a durar unos días y lleva ya dos años y medio.

Las guerras, se resuelvan en unos días, en unos meses o en unos años, duran todas y siempre varias generaciones. Al número de muertos hay que agregarle el de heridos de por vida y el de traumatizados para el resto de sus días, que es otra forma de matar, y cuyos asesinos, aunque no se manchen las manos de sangre, son los gobernantes que las hacen: ellos son los que las organizan e inventan lo que no está escrito para declararlas; ellos son los que obligan a los ciudadanos a matar en contra de su voluntad; ellos son los que compran con dinero ajeno voluntades para que apoyen sus locuras, sus barbaridades, sus salvajadas; ellos son los que deciden cuando empiezan y cuando terminan, y ellos, solo ellos, son los responsables del más terrible de los delitos que pueden comenter los hombres y vergonzosamente el menos castigado por las leyes.

Ciudades como Kiev o Leópolis se vistieron de azul y amarillo, que son los colores de la bandera ucraniana. en los homenajes de recuerdo a los soldados caídos,

se colocaron flores y fotografías. En varios países europeos, entre ellos España, se organizaron marchas y actos para apoyar a los miles de ucranianos que tuvieron que dejar sus casas, sus trabajos, sus estudios, sus amigos, sus familias… y aunque son conscientes de que ya nada será igual, todos tienen el mismo sueño: volver a su país.

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