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Actualizado 23/08/2024 16:26:38
Miguel Ángel González

Desde 2004, ha transformado su realidad con el apoyo de la ONCE, dedicándose al voluntariado, la agricultura ecológica y ofreciendo un mensaje de esperanza y sencillez a la comunidad salmantina.

La historia de Isabel Almaraz Esteban es un testimonio de resiliencia y adaptación. A los 34 años comenzó a perder la vista, y en un corto período de cinco años, la oscuridad se convirtió en su nueva realidad. Desde 2004, año en que perdió la visión por completo, ha tenido que aprender a vivir en un mundo donde la luz y los colores desaparecieron de un día para otro.

"Al principio fue muy difícil", confiesa Isabel. "Tuve que aprender a manejarme en mi día a día desde cero, adaptándome a un entorno completamente nuevo". La ONCE (Organización Nacional de Ciegos Españoles) jugó un papel crucial en este proceso, brindándole el apoyo necesario para aprender habilidades esenciales como la movilidad con bastón, el uso de tecnología adaptada, y la escritura en braille. "Además, la ayuda psicológica que nos aporta la ONCE es muy importante, te ayuda a seguir adelante en el día a día, porque hay muchas situaciones que no entiendes al principio, pero luego comienzas a verlas normales", añade, destacando el apoyo emocional que ha recibido.

Isabel no se ha dejado vencer por las circunstancias. Actualmente es voluntaria de la ONCE, participando en un programa de acompañamiento telefónico para personas mayores que viven en soledad. Desde 2018, dedica parte de su tiempo a este servicio, que se ha intensificó en la pandemia. “Durante esos momentos tan duros, fue fundamental estar allí para ayudar a los demás, y a la vez, aprender de las situaciones que vivíamos juntos”, comenta.

Además de su labor con la ONCE, también se ha dedicado a mejorar su crecimiento personal a través de cursos ofrecidos por la red de voluntariado y el INEM. Uno de los más significativos para ella ha sido un curso de agricultura ecológica, gracias al cual ha creado su propio huerto urbano en casa. “Cultivo mis propios tomates, pimientos y pepinos”, dice con orgullo. Al hablar de la maduración de las frutas, añade, "al final acabas desarrollando el tacto, lo que te permite saber si una fruta está madura, como en el caso de las fresas, donde el tacto me ayuda a identificar si están rojas o verdes".

En cuanto a su experiencia con el sonido, explica que "oyes un poquito todo, por lo que es difícil decir esto no lo voy a escuchar. Estás más abierta al sonido, ya que tu cerebro se adapta y crea imágenes auditivas. No son imágenes visuales, pero el cerebro recompone los sonidos como un puzle".

En 2020, su compromiso con la comunidad fue reconocido con un premio de solidaridad otorgado en el Ayuntamiento de Salamanca, que valoró su labor junto a otras organizaciones como Cruz Roja y Cáritas. "Nos dieron a otra señora y a mí el distintivo de voluntario del año", afirma.

Salamanca y las personas invidentes

La adaptación de la ciudad a las necesidades de personas con discapacidad visual es un tema que Isabel considera que ha mejorado con el tiempo, aunque reconoce que siempre habrá desafíos por superar. “La gente es muy amable y servicial, pero todavía hay cosas que pueden mejorarse”, añade.

Uno de los mayores retos ha sido la interacción con las personas. "Al principio, la gente quería ayudar, pero no sabía cómo hacerlo. Ahora, soy más abierta y he desarrollado habilidades sociales que me permiten comunicarme mejor", dice Isabel.

Finalmente, tiene un mensaje para los salmantinos, “que sigan siendo naturales. La naturalidad y la sencillez son lo que más ayuda. Un hola, buenos días, esas pequeñas cosas marcan una gran diferencia”. Además añade, “la oscuridad por decirlo de alguna manera, es un mundo con luz si tienes gente a tu alrededor”.

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