OPINIóN
Actualizado 24/08/2024 09:19:51
Francisco Aguadero

Para la gran mayoría de los catalanes, para muchos españoles y para un buen número de ciudadanos de otros países, es muy difícil entender lo que está pasando en la política catalana y más concretamente con Carles Puigdemont, uno de sus artífices en los últimos tiempos. Si hay alguna forma literaria que describa sus actuaciones y la realidad de su entorno más cercano, es el esperpento.

Lamentablemente la palabra “esperpento” se utiliza últimamente con demasiada frecuencia, puesta en boca de políticos, para acusarse unos a otros de lo que hacen, y en boca de periodistas o ciudadanos para definir lo que hacen algunos políticos. Parece como si “El sentimiento trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”, como diría don Ramón María del Valle-Inclán, recurriendo a los espejos cóncavos en los cuales las imágenes más bellas son absurdas, deformando las caras y la realidad, acentuando los rasgos más grotescos.

Bien es cierto que la actitud y la forma de hacer política del señor Puigdemont no es ni idea suya ni exclusivamente de él. Fue idea de Artur Mas, presidente de la Generalidad catalana cuando allá en el 2012 decidiera convocar un referéndum por la independencia de Cataluña con o sin permiso del Estado “Hay que intentarlo de acuerdo con las leyes, y si no se puede, hacerlo igualmente", fuera o no legal. Una idea esperpéntica donde las haya, que dio inicio al proceso independentista catalán de forma unilateral, más conocido en terminología catalana como el “procés”, que ha supuesto la mayor operación contra el orden constitucional democrático español desde el golpe del 23-F y que a lo largo de una década ha sometido a Cataluña a una etapa de desgobierno, con el abandono de los servicios públicos y de las necesidades de los ciudadanos, así como de la implantación de políticas públicas de relanzamiento de la economía, que han llevado a Cataluña a un retroceso significativo en el concierto español y en la esfera internacional.

Y tampoco es una actitud exclusiva del señor Puigdemont porque en eso, en un esperpento, es en lo que se ha convertido una parte de la política española y de las sesiones de control al Gobierno en el Parlamento español. Sesiones que, con demasiada frecuencia, parecen un circo o un evento deportivo en el que las palmas, los gritos o los jaleos a los suyos, dominan el hemiciclo y la dinámica de las cámaras de representantes, ya sea el Congreso, el Senado o las asambleas regionales, poniendo de manifiesto la falta de rigor, sosiego necesario y eficiencia.

Los protagonistas de estas algaradas, de estos esperpentos, incluido el señor Puigdemont, deberían recordar, porque lo saben, que el mandato que le dieron las urnas no fue para su lucimiento personal, ni para largar o recibir arengas políticas, ni siquiera para atender sus hipotéticos delirios, sino para resolver los problemas reales de los ciudadanos. Pero es más fácil dejarse llevar por la descalificación del otro o por la búsqueda de un titular para los medios de comunicación.

Así como en 1920 Valle-Inclán era un experto manejando el esperpento, dentro de su excelente obra literaria, cien años después el señor Puigdemont es el esperpento personificado, si tenemos en cuenta la acepción que de este vocablo nos da el Diccionario: “Persona, cosa o situación grotescas o estrafalarias” por los disparates, extravagancias y ridiculeces que hace en la vida pública.

Con su regreso a Cataluña después de siete años prófugo de la justicia, el señor Puigdemont pretendía equipararse al presidente Josep Tarradellas quien, tras haber pasado 38 años en el exilio, el 23 de octubre de 1977 y desde el balón del Palacio de la Generalitat, pronunció la mítica frase de “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí” (Ciudadanos de Cataluña, ya estoy aquí) era la vuelta de la democracia, algo grande que celebrar. Pero la ilusión del señor Puigdemont era otra alteración esperpéntica de la realidad, porque él no era Tarradellas, ni era presidente de la Generalitat, ni la mayoría de la ciudadanía catalana le veía como tal. La relevancia política de su regreso a Cataluña fue nula. Fue una forma esperpéntica más, de mentir y engañar a sus seguidores, pretendiendo cumplir su promesa de que volvería para la investidura, ante la que volvió a huir como un forajido, sin acercarse a ella, al Parlament donde se debatía.

Los catalanes ya han hablado, con su voto, la inmensa mayoría han dicho que no quieren al señor Puigdemont ni al independentismo que dice representar. Él, como todo lo esperpéntico alejado de la realidad, no aporta nada positivo a Cataluña, todo lo contrario, está dañando la imagen y la reputación de Cataluña ante los españoles y ante la comunidad internacional.

Con su rocambolesco regreso a Cataluña, su aparición estrambótica para dar un atropellado mitin a las nueve de la mañana y su nueva fuga impropia de un expresidente de la Generalitat, el señor Puigdemont puede que haya enterrado su propia figura política, aunque él continúe creyéndose el presidente legítimo y puede que hasta vitalicio.

Por supuesto que la aritmética parlamentaria, con los siete diputados de su partido que maneja en el Congreso de los Diputados le permiten al señor Puigdemont nuevas prestidigitaciones y seguir condicionando la política española, mientras dure la legislatura actual, pero cada vez importa menos lo que quiera decir o pueda hacer, porque su imagen política se ha desvanecido. Su tiempo ha pasado y ha entrado en la leyenda de la historia con tintes esperpénticos.

Les dejo con PUIGDEMONT (El videoclip)

https://www.youtube.com/watch?v=0DDNAkWSqi0

Aguadero@acta.es

© Francisco Aguadero Fernández, 23 de agosto de 2024

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