“El proyecto de la modernidad es, políticamente hablando, el proyecto de una reconciliación entre la libertad negativa y libertad comunal”
ALBRECHT WELLMER
“La libertad es verdaderamente algo santo. Sólo otra cosa, la virtud, es más merecedora de ese título. ¿Pero qué es la virtud sino la libre elección de lo que es bueno?”
A. TOCQUEVILLE
No es fácil orientar la mirada y más en nuestra sociedad compleja y cambiante. La libertad forma parte de nuestra esencia humana y es la base de nuestra dignidad. Es condición necesaria para ser sujeto, liberando las propias cadenas internas que quitan protagonismo a la vida y así poder realizar el ideal que visualizamos como plenitud de lo humano. La persona es libre cuando comprende la verdad que guiará su acción, una verdad fundada en la razón, que solo se consigue en diálogo y en solidaridad dentro de la comunidad.
En nuestras sociedades líquidas, globalizadas y tecnificadas, las franjas de libertad se estrechan cuando debían alargarse y proyectar a la persona hacia mayores cuotas de realización. Las redes sociales están imponiendo un narcisismo que no alarga la mirada, a pesar de que nos conectan, nos alejan más de los otros. Se va tejiendo una membrana impermeable en el individuo que lo va aislando del entorno y lo que predomina es el “enjambre digital” (Baudrillard).
Una nueva masa de individuos aislados, sin perfil propio que despersonaliza las relaciones humanas. Individuos que no cuestionan lo establecido, atados en ese enjambre ruidoso que no permite la reflexión y el sosiego, se limitan a ser espectadores de los eventos del mundo. La apariencia cuenta más que la verdad, pasivo ante los acontecimientos, ha creado una profunda ceguera moral donde lo bueno y lo malo se columpian en la misma escala de valores.
Se cree un individuo liberado de todo tipo de coacciones externas, pero se somete a coacciones internas e imposiciones propias en forma de rendimiento y optimización. El poder del explotador se traslada al propio sujeto, que se cree libre, pero es un auténtico esclavo (Byung-Chul Han). La única realidad libre es el capital que explota la libertad del sujeto. El capital es la nueva religión, el nuevo dios, que despliega un culto que no libera sino que culpabiliza al individuo (W.Benjamin).
Esta dinámica de autoexploración genera enfermedades como depresión y ansiedad, haciendo culpable al individuo no al sistema. Es una forma silenciosa de ajuste interior del individuo, sustituyendo la libertad por la libre elección, consiguiendo implantar una dependencia tecnológica por medio del placer. Es lo que Byung-Chul Han denomina el síndrome de burnout o agotamiento, que no es más que la euforia. Eso hace que la persona se vuelque en el trabajo hasta quedar rendido.
El individuo es un observador pasivo que consume emociones y el consumo es una emoción extrema, la emoción de las emociones. Un capitalismo de la emoción que se sirve de la libertad, que explota la subjetividad libre para introducir la compra y generar necesidades. Las emociones se despliegan más allá del valor de uso que se proyecta al infinito. En esta realidad, la persona se convierte en cosa, en una realidad cuantificable y controlable. Sin duda alguna, la cosa es más transparente que la persona. El Big Data anuncia el fin de la persona y de su voluntad libre.
Estamos asistiendo, sin darnos cuenta, a una forma de control y vigilancia total de los individuos, aislado en una zona de confort, pierde la capacidad crítica, donde el único sonido que escucha es el eco de su propia voz. En estas condiciones, el individuo se cree en libertad, pero se encuentra más encadenado que Prometeo. Para ello debemos ser conscientes de nuestras esclavitudes, trabajando no más sino mejor, para desplegar nuestras verdaderas capacidades, buscando no caer en una sociedad consumista que nos vende lo que no necesitamos empobreciendo a muchos seres humanos.
Propongo un elogio de la lucidez que nos permita valorar lo esencial, ser críticos y creativos, para poder crear de forma consciente una autentica relación libre con las cosas y con las personas. Esta apología del discernimiento nos puede llevar a recuperar nuestro ser. Que no sería más que desplegar la tolerancia, el desapego, la libertad interior, la fuerza del alma, la benevolencia, así como aquellas capacidades que nos permitan gestionar lo esencial de la existencia. Buscando superar siempre nuestro individualismo para generar un humanismo abierto que nos permita crear, impulsar y acompañar procesos que generen cambios de manera humilde pero efectivos.