«Un día helado de invierno, varios erizos se apiñaron muy juntos para, gracias al calor mutuo, evitar congelarse.» Pronto sintieron el dolor que les causaban las púas de los otros, lo que los hizo separarse nuevamente. Pero la necesidad de calor los volvió a unir, y se repitió el retroceso de las púas, de modo que quedaron atrapados entre dos males, hasta que descubrieron la distancia adecuada desde la cual podían tolerarse mejor el uno al otro».
La fábula nos habla sobre «La necesidad de sociedad que surge del vacío y la monotonía de la vida de los hombres los une; pero sus numerosas cualidades desagradables y repulsivas y sus insufribles inconvenientes los separan».
La distancia ideal.
El viejo cascarrabias, derramando sabiduría, nos habla sobre la importancia de: la distancia. El pinchazo de las púas es el aguijonazo invisible de los hombres unos contra otros en las relaciones personales, familiares, laborales o sociales. Es la extraordinaria normalización de lo que nos une y nos separa desde la distancia asombrosamente prudente. Desde su auto soledad supo medir la distancia ideal, como solo los genios saben hacer, y de esta forma ser igual a Esopo, La Fontaine o Samaniego.
Arthur Schopenhauer, creador de la obra “El mundo como voluntad de representación”, 1818. Justifica que todo querer supone insatisfacción y, por lo tanto, la voluntad representa el origen del dolor y del mal. Calificado como el filósofo del pesimismo (fue mucho más que eso.), para mí Arthur es el Samaniego o Esopo. Grande entre los mejores.