OPINIóN
Actualizado 19/08/2024 16:34:38
Francisco López Celador

Las circunstancias nos han traído a un escenario en el que la mayoría de españoles ha llegado a pensar que, por culpa de la desigualdad y el clientelismo que impera en esta sociedad, sus problemas parecen interesar muy poco a los políticos encargados de solucionarlos, El hilo conductor que debe mantener el enlace entre los ciudadanos y sus representantes se va deteriorando hasta llegar a punto de romperse definitivamente. De hecho, esos políticos son puestos por su partido en listas cerradas y sus preferencias suelen estar alejadas del territorio que les ha dado su voz.

Una razón de peso para que el elector se lo piense antes de ejercer el voto es la excesiva cantidad de representantes que arrastra un sistema bicameral como el nuestro, unido a la plétora de parlamentos autonómicos y provinciales. Además del desmedido gasto público que ocasiona, el proceso que sigue la aprobación de las leyes se alarga hasta límites difíciles de comprender. Ya es triste que EE. UU, una de las potencias económicas y políticas más fuertes del mundo, tenga la mitad de parlamentarios que nosotros. Junto a la imprescindible reforma, bueno sería abolir los privilegios que con tanto y tan rápido consenso se han premiado los dirigentes. Esas dotaciones de carácter vitalicio son una ofensa para tantos ciudadanos que, hoy por hoy, siguen careciendo de lo más imprescindible. El hecho de ser un servidor del Estado comporta una responsabilidad y una profesionalidad que nunca deben ser recompensadas mejor que a quienes, con iguales o mayores responsabilidades, ejercen sus labores con generosidad y sacrificio.

La proliferación de cargos generosamente retribuidos, que no se ven acompañados del mismo grado de cumplimiento, no deja de ser una inmoralidad que debería acarrear la inmediata sanción, cosa que no siempre sucede. Mientras el político no tenga asumido que su labor es un servicio a los demás, adornado siempre de la más exquisita honradez, el ciudadano perderá la fe en el sistema y los indeseables seguirán viviendo a costa de sus votantes.

Por esta senda nos estamos jugando, como mínimo, la unidad de España y nuestra forma de Estado; es decir, esa democracia que alcanzamos en 1978, mientras nuestros políticos están más preocupados en generar tensiones entre los diferentes territorios.

Atrás han quedado el subsidio económico a los catalanes, los ERE, s de Andalucía, la Presidenta, el hermanísimo, el acoso a prensa, jueces y oposición. La opinión pública tiene la impresión que esto no tiene remedio. El político debe ser de carne y hueso: eficaz, honrado, cercano a la gente, discreto, prudente. Los insultos, las broncas y el “Y tú, más” deben quedarse para los que quieren llamar la atención y no conocen otra forma de expresarse.

Para gobernar es preciso negociar, es decir, hablar poniéndose a la altura de los demás y, en ocasiones, tener que ceder. Es preciso trabajar al servicio de los demás y no para mantener el sillón. Imprescindible que se rodee de los mejores

A la vista de lo que tenemos en casa, ya hemos aprendido con creces lo que significa tener un político que miente a diario sin hacer caso de las críticas. La sinceridad y las oportunas explicaciones por las medidas tomadas deben constituir la razón de ser de todo político.

No resulta nada fácil encontrar ese político ideal, sencillo, humilde y eficaz que esté dispuesto a conjugar todas esas virtudes sin hacer ruido y buscando siempre el bienestar de la sociedad y no el propio interés. El ejemplo y la moralidad que deben reflejar sus propias leyes definen la línea de pensamiento del buen político.

Por lo que se ve, en España no estamos siendo muy afortunados a la hora de disfrutar de buenos gobernantes. Pero no echemos la culpa al vecino. Tenemos lo que nos hemos dado. Es cierto que la conjunción de partidos, claramente antinatural, ha hecho de nuestra democracia un ensayo de nueva república bolivariana, pero es lo que hay porque así lo ha querido la derecha que no acaba de ponerse de acuerdo. Siendo dos ramas del mismo árbol, la distancia entre PP y VOX es mayor que la que los separa de Sánchez. Si no cambian de método, el pueblo español puede pasarles factura.

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