El pintor salmantino hace una muestra de su trabajo en la recepción del hotel Las Claras
En esta Salamanca a la que le faltan espacio expositivos, hay que agradecer que locales comerciales, establecimientos hosteleros y bares dejen sus paredes a los artistas que exponen sus trabajos para que los disfrutemos un público que no se cansa de ver reflejada en el arte la Salamanca nuestra. Una Salamanca que recorre Jerónimo Calvo en su bicicleta, sus aperos de pintor en las alforjas, mochilas de artista peripatético que se sienta en cualquier rincón de la ciudad a retratar paisaje y paisanaje.
Desde su infancia, Jerónimo Calvo ha practicado todas las técnicas: es escultor, tallador de piedra de Villamayor, pintor al óleo… pero ahora es la acuarela la forma más adecuada a su rápido apunte del natural, a su dibujo directo, a su boceto veloz sentado en el rincón salmantino. Su figura, la del grupo de artistas con los que sale a pintar, se hace cotidiano para el paseante, un paseante que se detiene a mirar a los artistas, fascinado por la rapidez con la que, sin mirar a la paleta que ya se sabe de memoria, Jero mezcla los colores y hace que el encuadre acabe en sus cuadernos de apuntes.
Tiene la acuarela esa dificultad acuática de la mano diestra, de la minucia del pincel que sabe bien medir sus fuerzas. Nada más hermoso que ver trabajar a un Ramiro Tapia que amaba la acuarela y pintaba obras de una precisión tan hermosa que el espectador se preguntaba si de verdad era acuarela. Esa detenida capacidad del agua, la húmeda y detenida mancha de color de la que gozaba el grandísimo pintor. Jerónimo Calvo, excelente dibujante, ha encontrado por su parte en la acuarela su forma de comunicarse con una realidad que recorre día a día buscando el momento decisivo como un fotógrafo del pincel. Las acuarelas, bocetadas a lapicero, se recrean en los rincones salmantinos y en esos reflejos del agua en la Plaza Mayor, en los dorados de la Clerecía, en el paso de esa gente que tanto le gusta al artista, por los jardines donde se sienta a ver pasar la vida y convertirla en acuarela.
En la entrada del Hotel de las Claras, ahí tan cerca de los dominicos y de nuestra inefable Chova Piquirroja de Doña Berenguela, la obra de Jerónimo Calvo, aparentemente humilde, técnica compleja que hemos iniciado todos de niños, se muestra ante los ojos atentos como un prodigio minucioso, una técnica trabajada con maestría que nos ofrece la visión enamorada del artista hacia la ciudad. Una ciudad de pintores y fotógrafos que despliega su belleza para el acuarelista que maneja con precisión la mancha de color, el reflejo, la masa monumental, el detalle diminuto. Esta Salamanca de apunte del natural, de reflejo soleado. Una muestra que no debe pasar desapercibida… como el paso por la ciudad letrada del artista fascinado por su eterna belleza.
Fotografía: Carmen Borrego