El 6 de agosto de 1945 sembró la semilla de la soberbia imperialista, despojó al mundo de la capacidad de piedad, enterró una gran parte de los avances de la investigación científica en el lodo de la iniquidad que asesina inocentes, inició el camino del desplante y del desprecio moral y, en un abstruso bucle del engaño, escribió la historia traspasando la culpa a las víctimas.
Ha pasado el 6 de agosto sin que se haya visto mención periodística alguna, de que ese día se han cumplido 79 años del mayor acto de barbarie cometido en una guerra en toda la historia del mundo. Si se trata de establecer principios, definir inicios o evocar marcas en el origen de la inseguridad global, del salvajismo capitalista que nos asfixia, de la miseria, de la desigualdad o del triunfo de la fuerza y de la guerra como única razón de lo razonable, el día 6 de agosto de 1945 significó en la historia del mundo un cambio tan brusco, un giro tan brutal en el corazón de los hombres, que a partir de ese día perdimos definitivamente en el mundo (no sé si como especie, sí como Humanidad) la virtud del diálogo.
Los Estados Unidos de América, el país que dicta y define las políticas de guerra en el mundo entero y que se nombra a sí mismo como adalid de la libertad, lanzó el 6 de agosto de 1945 una bomba atómica, el arma de destrucción masiva más mortífera inventada por el ser humano, sobre la ciudad de Hiroshima, causando cientos de miles de víctimas y que todavía sigue asesinando con sus secuelas radiactivas a hijos y nietos de los indefensos habitantes de una ciudad japonesa cuyo interminable lamento sigue avergonzando a los que tienen vergüenza.
Tres días después, el 9 de agosto de 1945, y ya conocedores de las estremecedoras consecuencias en Hiroshima, los mismos autores, Estados Unidos de América, es preciso repetir el nombre del culpable, lanzó otra bomba atómica sobre otra ciudad japonesa, Nagasaki, con resultados tanto o más horribles.
Decir una fecha es decir lo que contiene. 6 de agosto, 9 de agosto. Días de la indignidad. Jalones de la ruindad humana. Los días universales del luto. Las efemérides habrían de ser también alertas, llamados también de la culpa. Ignorarlas, como se hace ya con el 6 de agosto, y más con el 9, es vestirse, vestirnos con un traje de inocencia hecho de lamentos acallados y jirones de indiferencia, rodearnos de un muro de ceguera elevado sobre vendas en los ojos, vivir en la casa del egoísmo levantada con los siempre despreciables materiales del silencio.