¿Qué significa cuando decimos o escuchamos a una persona decir “me duele hasta el alma”? Que en principio puede estar expresando esa sensación de dolor de todo el cuerpo, cuando se está, por ejemplo, con un estado gripal que nos provoca una sensación de decaimiento general.
Pero cuando la expresión solo es “me duele el alma”, está más orientada a un dolor provocado por una emoción o sentimiento que nos hace sentir que tenemos como un puñal clavado en el corazón, que sentimos un ahogo…una angustia existencial que nos derrumba…a veces unos instantes…a veces mucho más tiempo. La cuestión temporal asume un rol protagónico decisivo para la recuperación de nuestros sentimientos.
Este dolor es difícil de poder explicarlo o que otras personas, incluso las más próximas de nuestro entorno, puedan entenderlo, menos aún comprenderlo. Es entonces cuando el dolor se agudiza más porque tenemos la sensación de soledad, incluso de no querer compartir el dolor para que el sufrimiento sea nuestro, no compartido, porque no queremos herir ni hacer sufrir.
Es que es difícil que una persona desde fuera pueda ver, excepto una madre porque todo lo ve y siente, el grado de malestar interior de otra, porque no es algo físico que se palpa a simple vista como la moradura por un golpe. No puede palparse ni se ven esas heridas como cuando por más pequeña que sea (el corte de una hoja de papel en un dedo) se nota y arde bastante cuando le ponemos alcohol.
Para el dolor del alma el paso del tiempo puede ser un bálsamo o aún más contraproducente, porque no ha sido resuelto ese conflicto interior que generalmente es provocado por una herida proveniente del exterior (otra persona).
Los seres humanos tenemos la “virtud” de lastimar y herir, porque somos animales racionales…y la inteligencia va reñida muchas veces con los buenos sentimientos y la armonía en nuestra relación con los demás.
La inteligencia se vincula con el equilibrio y las decisiones tomadas; la armonía es equiparable a la convivencia en un mismo espíritu de nuestra humanidad en relación con el universo. Visión occidental la primera y oriental ésta última.
Nuestro entorno opera como alivio o también como tormento
Por regla general, el entorno siempre más favorable para provocar alivio es el más íntimo, el que escucha porque le interesa lo que nos sucede. Porque se involucran al estar formando parte de un mismo círculo, sea de amistad, o familiar o una novia/novio que nos ama.
No siempre las personas de ese, nuestro entorno, están en condiciones de ofrecer ayuda, no porque no quieren, sino porque no saben cómo hacerlo. Cuando sí pueden y ofrecen un apoyo es cuando aparecen esas palabras que tanto uno quiere escuchar que nos levantan el espíritu y de algún modo alivian el dolor, porque en ese instante, al menos, lo estamos haciendo público, lo compartimos.
Cuidado con los consejos
No cabe duda que cuando estamos expresando de cara a los demás que el dolor que sentimos es profundo y que nuestro malestar no es pasajero, lo peor que puede ocurrirnos es recibir ciertos mensajes de ánimo que en realidad se convierten en una puerta a la desesperanza. Por ejemplo: “no te preocupes…el mundo está al revés”, o “no te lo tomes a la tremenda, porque más pierde ella o él”.
No es cuestión de buscar culpas o justificaciones ni en cosas ni en personas. Sí es cuestión de encontrar personas que nos permitan tener un poco de ilusión por pensar que la situación particular por la que estamos atravesando, no va a durar siempre (por aquello de “que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo aguante”).
Ilusión que aflora cuando vemos que en el mundo hay millones de personas solidarias, que no estamos lejos que también la solidaridad se apiade de nosotros. Que nos vean con ojos positivos y lo más importante: que sus pensamientos y emociones hacia nosotros también sean positivas.
Que nos hagan ver la cara oculta de la Luna, porque todas las personas tenemos una especie de dos almas: la buena y la mala. Lo que sí estoy seguro, es que, a la mayoría de ciudadanos de este mundo les caracteriza y marca la forma de cómo se conducen en sus vidas, el lado bueno de sus almas.
No esperar lo que sabemos no va a llegar
Cuando creemos que con algún reencuentro personal se resolverán esas diferencias que tenemos con un ser querido que momentáneamente ha provocado una separación física en nuestras vidas, es mejor no esperar demasiado para no decepcionarnos.
¿Qué significa esto? ¡Que por el sólo hecho de no querer sufrir una nueva decepción, nos abandonamos a la suerte y que sea lo que Dios quiera! ¡No! ¡De ninguna manera! Hay que luchar, pero con racionalidad y una percepción clara de cuál es nuestra realidad circundante.
No esperar ni creer en falsas expectativas, porque siempre las construimos en nuestra mente. Ser humildes y sinceros con nosotros mismos, no renunciar a nuestra capacidad de dar a pesar de que en esos momentos hemos sido bombardeados por un silencio muy ruidoso, que nos dice que la persona de quién queremos recibir no nos da nada porque está enojada o porque nos separa un conflicto.
Cuando sufrimos en silencio y sin compartir con nadie, llegamos a la conclusión, casi siempre equivocada, que no hay receta ni remedio que pueda curar el dolor que estamos padeciendo. Pero esto es un espejismo que como en el desierto puede volverlos locos en la creencia de que vemos agua en el horizonte.
Cuando las heridas provienen del amor profundo que ha existido hasta ahora en una relación, sin duda cuesta mucho superarlas. Más difícil es reconstruirlas, aunque no un imposible. Porque el dolor nos alcanza el alma.
Al mismo tiempo nos da una lección, que, aunque no recibamos las palabras de aliento y la comprensión de otras personas más o menos próximas, la simple convivencia y armonía (que decíamos más arriba con el universo) es un motivo de agradecimiento para seguir viviendo y para, sin exageración alguna, gritar que “estamos vivos y tenemos derecho a vivir en plenitud”.