Antes de pasar al cómo se veía el fin de los tiempos en la Grecia Clásica no me resisto a contarles una curiosidad que es más que probable que muchos de los miles de aficionados que acuden a la fuente de Cibeles para celebrar los triunfos del Real Madrid no sepan. La diosa Cibeles es de origen frigio y los leones que conducen su carro se llaman Hipómenes y Atalanta, que nunca se miran, y son los mismos que podemos ver a las puertas del Congreso de los Diputados.
Según cuenta el mito las cosas fueron así. El dios griego Zeus en uno de sus viajes por Frigia, la actual Turquía, deposito una semilla en el suelo de la que nació Cibeles, diosa de vida, muerte y resurrección y una de las más antigua y poderosa del Próximo Oriente. Cuando su culto llegó a Grecia fue identificada como la Gran madre y diosa de las montañas, también con la titánide Rea (madre de los olímpicos) y con Deméter (diosa de la cosecha).
Por otro lado tenemos a Atalanta nieta del rey Licaón. Un gobernante sabio al que su fundamentalismo religioso le llevó a sacrificar seres humanos a los dioses y también a cualquier extranjero que apareciera por su reino. Sus numerosos hijos eran conocidos por su gran crueldad, su insolencia y su desprecio a los dioses[1]. Unos de ellos fue Ménalo, padre de Atalanta que como no quería tener hijas la abandonó en un bosque. La niña fue adoptada, criada y educada por unos cazadores llegando a convertirse en una extraordinaria atleta y una experta cazadora y por ello decidió hacerse sacerdotisa de Artemisa, diosa de la caza.
Su belleza hizo que aparecieran muchos pretendientes, pero ella los despreciaba a todos porque el Oráculo la había avisado de que caso de casarse tendría un final fatal. Así que Atalanta para librarse de la presión dijo que solo se casaría con el hombre que la ganara en una carrera. Uno de sus pretendientes fue el joven y astuto Hipómenes, hijo de Poseidón (dios de los mares y océanos). Consciente de que vencerla en la carrera era prácticamente imposible, apeló a su parentesco divido y pidió ayuda a Afrodita. La diosa del amor y la belleza le dio 3 manzanas de oro del jardín de las Hespérides. Hipómenes debía dejarlas caer una a una durante la carrera porque Atalanta no podría resistir la tentación de recogerlas y así podría vencerla. El joven lo hizo y logró vencer convirtiéndose en el esposo Atalanta.
La cosa fue mucho mejor de lo esperado durante un tiempo, pero un día tras volver los dos de caza llegaron a un templo de Cibeles y mantuvieron dentro de él relaciones sexuales lo que enfureció a la diosa que los transformó en leones, les obligó a tirar de su carro durante toda la eternidad sin pudieran volver a mirarse. Y así siguen, impasibles e inmutables incluso cuando miles de personas llenan a rebosar con festejos y griteríos toda la plaza madrileña.
Pero vamos con el fin de los tiempos para el mundo griego. Según los dioses olímpicos la raza humana se había vuelto soberbia y había abandonado el culto y violado las leyes divinas, así que Zeus decidió acabar con ella mandando un gran diluvio. Pero los cuchicheos palaciegos hicieron que el titán Prometeo, amigo de los hombres a los que ya había regalado el fuego que robó a los dioses, se enterara de las intenciones del dios del rayo.
Prometeo contó esto a su hijo Deucalión y la esposa de este, Pirra, aconsejándoles construir una gran nave y dispusieran en ella todo lo necesario para sobrevivir. Después de 9 días y 9 noches la intensa lluvia cesó, la tierra se secó y la nave se posó en el monte Parnaso, donde estaba el oráculo de Temis, titánide hija Urano y Gea, diosa de la justicia y la equidad (sí la que vemos con la balanza la espada y los ojos tapados representado la Ley) cuando le preguntaron qué debían hacer les contestó: Vuélvanse hacia atrás y arrojen los huesos de su “madre”. Deucalión y Pirra adivinaron que se refería a las rocas pues estas eran los huesos de la madre de toda la Tierra, Gea. Así lo hicieron y las piedras que arrojaba Deucalión se convirtieron en hombres, y las que arrojaba Pirra en mujeres. El primero de estos nuevos hombres fue Helén, de aquí que a los griegos se les llame también helenos.
El fin de los tiempos en Mesopotamia también se produce a causa de un diluvio como narra el poema de Gilgamesh y el equivalente judío y cristiano es el mito de Noé que aparece en el Génesis. También encontramos terribles diluvios exterminadores y arcas salvadoras en textos persas, fenicios, indios, chinos, incluso entre los mayas, los aztecas y los guaraníes de Paraguay al otro lado del Atlántico. Esta catástrofe es omnipresente en muchas mitologías y religiones.
Gandhi siempre defendió que el conocimiento profundo de las distintas religiones nos permite derribar las barreras que las separan. Si practicáramos el saber de todo esto evitaríamos muchas guerras fruto de delirios y fundamentalismo cuyo origen es la ignorancia, porque es más lo que nos une que lo que nos separa. Nelson Mandela afirmaba que la maldad es algo que las circunstancias, el entorno o la educación inculcan en los hombres, no es innata.
[1] Zeus para castigarle le transformó, junto con todas su familia, en lobo razón por la que a los hombres-lobo les llamamos 'licántropos'