He dejado escrito unas cuantas veces que me faltan datos para poder juzgar temas del presente o del pasado; por mucho que estudie y reflexione no voy a pertenecer al CNI, ni estaré en los altos equipos de estudios de los principales bancos. ¿Me quita eso el derecho a pensar y a expresar en público mi pensamiento? No. Pensar es relacionar y eso es lo que voy a intentar hacer, intentando tener en cuenta los datos que llegan a mi intuición desde el pasado y el presente.
“El único voto ¡no!” En diciembre de1966 la Dictadura de Francisco Franco convocó un referéndum nacional sobre el Proyecto de Ley Orgánica del Estado. Al votante se le planteaba esta pregunta: “¿Aprueba el Proyecto de Ley Orgánica del Estado?” Según las cifras franquistas oficiales, el 88,8% del electorado participó con su voto; la respuesta era sí o no; el 95,06 % de los votantes habrían respondido “sí”. Yo habría votado que no, pero no pude ejercer el voto porque aún no tenía la mayoría de edad, que entonces era de 21 años. Pero un muy amigo, cuatro o cinco años mayor que yo, y por desgracia ya fallecido, Santa Gloria haya, votó que no. Pues bien, llegada la hora del recuento de la mesa electoral, resultó que no había en el pueblo ni un solo voto negativo. Con el mismo valor que demostró a lo largo de toda su vida, al escuchar los resultados de la mesa electoral, denunció públicamente y en voz alta, que el resultado de la votación había sido manipulado, porque en ese pueblo había al menos un voto negativo, el suyo. En Venezuela, 57 años y medio después, el engaño electoral está más maquillado, pues el candidato electoral Nicolás Maduro habría obtenido “solo” el 51, 02% de los votos, que le permitirían un nuevo mandato de seis años.
En ambos casos, el franquista y el neochavista, el resultado es el mismo pues los números no cuentan. Solo cuenta el poder: el poder es el que proporciona los datos. El que manda, manda y el que no obedece puede elegir entre la muerte, la cárcel o quedarse calladito como un muerto. Con el paso del tiempo, la pequeña, aunque arriesgada iniciativa de mi amigo, se fue multiplicando en la sociedad española, en el mundo universitario, sindical y en el político, hasta fructificar en nuestra Transición mediante un tsunami democrático imparable que culminó en el referéndum constitucional del 6 de diciembre de 1978.
Bueno, en realidad ese tsunami democrático era parable, y algunos intentos violentos hubo, como la matanza de los abogados de Atocha, pero el Estado y, dentro de él, las Fuerzas Armadas y la Policía y la Guardia Civil, no utilizaron la fuerza que les daban las armas, sino que dejaron expresarse al pueblo español, porque los mismos agentes del orden estaban deseando que nos equiparáramos con los países democráticos que nos rodeaban. De momento, este no parece ser el propósito de Nicolás Maduro, porque como reza el título, Maduro es franquista, pero es más que franquista. Es autócrata, dictador, populista por castrista, ¿comunista? seguramente, pues el partido comunista de Cuba ha colonizado muchas de las instituciones venezolanas, o estas han evolucionado a un modo de desempeño castrista. Y, mientras tanto, a pesar del fracaso petrolero, a Cuba le sigue llegando un mínimo de combustible desde Venezuela, suficiente para poder mantener el sistema comunista aunque al pueblo cubano le falte de todo.
Ocho millones de venezolanos se han exiliado, porque es un verdadero exilio y no solo una migración por causas económicas; el pueblo venezolano tiene memoria y todavía recuerda los años de prosperidad y bienestar y democracia defectuosa, pero democracia, a pesar de la corrupción, amplificada ahora por el narcotráfico que amenaza con convertirse, definitivamente, en dueño y señor del Estado.
Si la ventana democrática que ha conseguido abrir la oposición en las últimas Elecciones, a pesar de todos los impedimentos del régimen, se vuelve a cerrar, una nueva migración masiva de venezolanos podría tener lugar en los próximos meses y años, porque si a los pobres se les arrebata la esperanza, la catástrofe sigue servida, corregida y aumentada.
Mientras tanto, los grandes países democráticos del entorno geográfico siguen mirando su propio ombligo, empezando por los Estados Unidos de América, metidos de lleno en periodo electoral; casi todos ellos siguen con sus propias crisis, algunos tentados por las fórmulas chavistas, bolivarianas e indigenistas. España también tiene algo que decir, pero de momento calla por la afonía repentina de D. José Luis Rodríguez Zapatero –tengo unas pastillas muy buenas para tratar eso, aunque quizá tengan excesiva dosis de democratina, que podría intoxicar al paciente-. En contra nuestra, de España, digo, también juega el despiste de D. Pedro Sánchez Pérez-Castejón, obsesionado con mantenerse en la Moncloa cueste lo que cueste y pague quien pague y distraído por problemillas familiares, que no le dejan discernir claramente las crisis políticas, económicas y culturales que amenazan con destruirnos, externas e internas. También los españoles, catalanes y vascos y navarros incluidos, estamos en riesgo grave de autocracia. Esperemos que el Canciller von Bismarck siga teniendo razón en eso de que España es un país muy fuerte, porque a pesar de querer autodestruirse una y otra vez, no acaba de conseguirlo.
Rezo por el pueblo de Venezuela –en mi corazón y en mi mente están los feligreses venezolanos de nuestras parroquias- y espero que pueda elegir su futuro con libertad, superando las trampas que le están poniendo desde la propia Caracas, desde La Habana, desde Moscú, desde Teherán, y desde el carajal ideológico que convulsiona a Hispanoamérica. Por otra parte, si los hermanos venezolanos logran encarrilar su proceso hacia la libertad, renacerá la esperanza, no solo para los venezolanos que se han quedado o que se han exiliado, sino también para mexicanos, colombianos, ecuatorianos, peruanos, brasileños, argentinos, bolivianos, nicaragüenses, salvadoreños y hondureños, por no citar a todos. Latinoamérica vive una encrucijada difícil, que es también una gran ocasión para sanear la vida pública de todo el continente. Será difícil y doloroso, pero posible.
Rezo por ello.