Por mucho que haya costado la confección de un Gobierno catalán con Salvador Illa al frente, nos encontramos con que no será, porque no puede serlo, un Gobierno constitucionalista que revierta los mayores excesos del nacionalismo.
El “Govern” sedicentemente socialista tiene todos los ingredientes, es decir, las competencias de sus predecesores, agravados, además, tras el pacto entre Pedro Sánchez y Esquerra Republicana. Y no hay motivo para pensar que Illa no haga uso de esas competencias. ¿O es que acaso suprimiría alguna de las “embajadas” catalanas diseminadas por el ancho mundo?
Cataluña cuenta hoy con muchos de los atributos de un Estado, desde policía autonómica hasta medios de comunicación propios, aparte del resto de competencias que la Constitución concede a las Autonomías. Por razones obvias, el nuevo presidente no dará ni un paso atrás en el uso de esos instrumentos que diferencian a Cataluña del resto de los territorios.
Es más, tras el pacto que los socialistas han firmado con Esquerra, y en el que Illa no ha tenido ni arte ni parte, Cataluña ha adquirido nuevos derechos de los que carecen el resto de los españoles, como la singularidad de una Hacienda autonómica que le permite recaudar el ciento por ciento de los impuestos normativos.
Pero no sólo eso, sino que entre la frondosa letra pequeña del acuerdo se establece desde la posibilidad de selecciones deportivas hasta el impulso del catalán, haciendo aún más ostensible que ahora el desprecio a las sentencias que garantizan el 25 por ciento de la enseñanza en castellano.
De todo esto, el nuevo Gobierno no va a hacer tabla rasa, sino todo lo contrario. Es un instrumento del que goza y no lo va a desaprovechar y además justificaría ante sus socios de investidura y ante su enemigo Puigdemont que el suyo es un Ejecutivo tan catalanista como el que más y que todos los derechos históricos y los sobrevenidos de Cataluña están garantizados.
O sea, que tras los dimes y diretes sobre la constitución del nuevo “Govern” tendremos en la práctica una Administración que será, al menos, tan extremista como sus antecesoras.