OPINIóN
Actualizado 01/08/2024 12:02:07
María Fuentes

No sería más de las nueve de la noche. La plaza de Barcelona era un hervidero. Un miércoles cualquiera. Los termómetros aún a esa hora seguían marcando casi treinta grados y se convierte en tarea insufrible patear el asfalto antes. Es lo que tiene el mes de julio. Me siento en un banco y observo. El reflejo de esa plaza salmantina es la del concepto de diversidad cultural en su máximo exponente, un abanico de apertura, la convivencia sana entre diferentes lenguas, razas y religiones.

El atardecer pintaba allí la realidad de un barrio vivo, reflejo de esa sociedad sin uniformidad con espacio para todos; personas llegadas de diferentes lugares con sus desarraigos, sus alegrías y sus esfuerzos para seguir hacia adelante. Y recordaba mientras tanto esta reciente polémica con tufos racistas que ha llenado los titulares en las últimas semanas y que ha provocado la ruptura de los gobiernos regionales fruto del pacto entre el PP y VOX con un tiro en el pie del partido de Abascal a cuenta de la reubicación de jóvenes menas por todo el territorio. En Castilla y León ya no tendremos en la vicepresidencia a Gallardo, que se ha ido como llegó, criminalizando a los menores migrantes, polarizando a la sociedad y pretendiendo deshumanizar a una Comunidad de acogida como es Castilla y León por no dar cobijo a 21 almas desamparadas. Sí, 21 menores que huyen de la miseria entre los más de dos millones y medio de habitantes que tiene esta comunidad. Surrealista. No veo ni muy ético ni muy cristiano abandonar a la suerte al nacido en condiciones infrahumanas en otros lugares del mundo, entre otras cosas porque acogerlos es una obligación administrativa, y, además, por supuesto, por una cuestión de humanidad.

Mientras tanto, entre la reflexión, seguía ubicada en este rincón de Garrido y se sentó en el banco de al lado un señor de no más 55 años, y acompañaba en silla de ruedas a una mujer que ya superaría los 90. Entiendo que eran madre e hijo. A ella se le veía débil de aspecto, pero algo muy válido tenía en su mirada; tenía fuerza en los ojos, y su forma de expresarse dejaba intuir una lucidez que ya no le correspondía. Me llegó al alma la forma en la que su hijo la trataba. Escuchaba su tímida voz con una sonrisa, no le soltaba la mano. Yo no los escuchaba bien, pero no cesaban las risas entre ellos, incluso el hijo le dio en un par de ocasiones besos en la mejilla. Qué lección de amor.

Los testimonios de nuestros mayores son la vida misma reflejada. Mimar a nuestros padres y abuelos nos hace más humanos, más reales. Entre tantos días de impaciencia a los que estamos sometidos, abrazar a nuestros mayores es empaparnos de vida. Ellos se irán, pero aquí quedará su legado. Respeto a los nuestros y tolerancia siempre para los desconocidos con los que estamos condenados a convivir. Amor y sentido común.

MARÍA FUENTES

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