OPINIóN
Actualizado 24/07/2024 08:39:17
Eusebio Gómez

Hace un tiempo hablaba con una señora, avanzada en edad, que me contaba sus alegrías y penas. La mayor pena que tuvo, según ella, era el decir que no había conocido a su madre, pero que siempre le dijeron los que la trataron que era una santa. Y esta misma frase la he escuchado en muchos hijos hablando de su madre. Todos coincidían que su santidad estaba en el servicio, en atender a todos: esposo, hijos, pobres …

Pues bien, la Madre de todos, la Virgen, no sólo era santa, era santísima. Ella era la llena de gracia, la que había hallado gracia ante Dios, la amada de Dios. Su nombre era María. Ella tiene muchos títulos, el más importante, sin duda, es que es la madre de todos. Ella tiene muchas advocaciones, una de las más populares es la de la Virgen del Carmen.

En la vida de santa Teresa y san Juan de la Cruz, la Virgen María fue sobre todo "Madre", Maestra, Protectora y Señora de la Orden, convertida en un alarde de intimidad en la Hermana Mayor de todos los Carmelitas Descalzos ya la Orden de "los hermanos y hermanas de la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo".

Vivir el día a día, teniéndola presente, codeándose con ella como uno más de la familia, es lo que hace tan especial el clima mariano del Carmelo. Si algo cabe reseñar es la nota de la intimidad con que los carmelitas viven en cada momento la convivencia con María. Es una devoción, espontánea, como las flores silvestres, y deliciosamente sencilla como esas mismas flores. Ahí está el secreto distintivo del Carmelo, en que su Reina y Madre y Patrona, es también una hermana más entre ellos.

Santa Teresa recibió la devoción a María en su familia y en la Orden del Carmen. Ella tuvo la suerte de tener unos padres cristianos, “padres virtuosos y temerosos de Dios”, quienes criaron a sus hijos en un ambiente cristiano, lleno de ternura y bondad. La madre, sencilla y de gran honestidad, entregó toda su energía, tiempo, amor y cuidado para que su hija creciese y despertase en el amor a la Virgen y así la hacía rezar el rosario y otras devociones. Cuando murió Dña. Beatriz, su hija, afligida, se presentó ante una imagen de Nuestra Señora y la pidió, con muchas lágrimas, que fuera su madre.

Santa Teresa pide a las carmelitas que confíen en los méritos de María, imiten sus virtudes, la alaben por sus dones y se comporten como hermanas, amándose unas a otras.

La Virgen del Carmen ha acompañado a los Carmelitas en su crecimiento y expansión por todo el mundo hasta el punto de que se les llamó: “Los hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo”. En su profesión religiosa se consagraban a Dios y a María, y tomaban el hábito en honor ella, como un recordatorio de que sus vidas le pertenecían a ella, y por ella a Cristo.

Entre los Carmelitas el Escapulario es un vínculo especial con María y es expresión de pertenencia a la Orden y de su devoción mariana. Actualmente el Escapulario de la Virgen del Carmen es un signo aprobado por la Iglesia y propuesto por la Orden Carmelitana como manifestación del amor de María por nosotros.

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