La fotografía, más allá de artificios técnicos (que también), más allá de mecánicas, es un medio artístico de documentar la vida. Sobre ella, tienen hermosas reflexiones, por ejemplo, Walter Benjamin o Susan Sontag, entre otros.
La fotografía, toda fotografía, para llegar a ser obra de arte, requiere una mirada. Si no hay mirada, no hay fotografía. Que es lo que ocurre, ay, por desgracia, en no pocos fotógrafos y fotógrafas que se precian de serlo.
Sí lo es el holandés Flip Franssen (1956), que, a finales de 1988 visitara Salamancanca, para realizar un curso de español, y que, cámara en mano, recorriera la ciudad, para plasmar su mirada sobre ella y sus gentes en un conjunto admirable de fotografías que, de abril a agosto (ambos incluidos), se exponen, con el título de ‘Salamanca 1988’, en el vestíbulo del Archivo Histórico Provincial de Salamanca.
Pero, más allá de la mirada tópica y desgastada sobre los muy conocidos monumentos salmantinos, Flip Franssen deambula por la ciudad para documentar sus gentes, sus rincones, sus ruinas, sus espacios devastados…, en definitiva, su lado no visible, para, en esos territorios opacos y velados para los fotógrafos consabidos y tópicos, mostrarnos ese temblor humano que palpita y pulula por la ciudad, y que, al contemplarlo, nos emociona y sobrecoge.
Porque una de las grandes aportaciones del arte y de la literatura de la modernidad es mostrarnos la realidad no visible, esos personajes humildísimos que sufren la historia (léase Lázaro de Tormes, los muchachos con el melón de Murillo, o el niño de Vallecas de Velázquez) y que, hasta los tiempos modernos no habían accedido hasta la creación literaria y artística.
Y, por estas fotografías de Flip Franssen, de la ‘Salamanca 1988’, pululan las gentes humildes: niños en un ámbito de urbanismo abandonado y de ruinas, un cartonero, una niña ante fachada de casa pobre con ropa tendida, la sede de FETE UGT, los monumentos al fondo tras casas humildísimas, unas gitanas, un niño pobre con guitarra en la calle, un ciego vendedor de lotería, una castañera en su chiringuito, el bar “Los amigos”, la estación de autobuses, una pollería, una pared con pintadas (“Trabajo sí, drogas no”; o, en otra, “Fuera el paro, solidaridad”), los personajes de una boda, unos monaguillos, unas monjitas, una manifestación de CCOO y UGT…
En definitiva, el artista, el fotógrafo holandés nos está mostrando ese territorio de las afueras, ese mundo del afuera, de los excluidos, de la cotidianidad, de la vida a ras de tierra, con una fotografía, con una imagen de una gran eficacia, sobria y al tiempo expresiva.
Se trata de una fotografía en la que advertimos un decidido sesgo antropológico. El artista holandés, Flip Franssen, nos viene a decir: esto somos, de esto estamos hechos, ese es el mundo que nos pertenece y que no queremos ver.
De ahí que sea una exposición absolutamente recomendable. En ella, la fotografía documenta la vida, documenta lo que somos, documenta ese sesgo antropológico de una Salamanca que, más allá de monumentales platerescos, de plaza mayor icónica, de sendas catedrales publicitadísimas, esconde ruinas, pobreza, ropa tendida, cartoneros, castañeras…, vida cotidiana precaria.
Pero, sí, también, una vida a ras de tierra marcada por la dignidad, como muy bien ha sabido captar Flip Franssen. En una exposición que merece la pena visitar y contemplar.