“…jamás se verá más disciplina y más absurdidad, más cálculo y más paradojas, en suma, más problemas resueltos, pero resueltos en pura pérdida.” ALBERT CARACO, 'Breviario del caos'.
Se debate estos días, con gran despliegue de medios, titulares y tertulias mediáticas, la posible inadecuación para optar a la reelección de Joe Biden, el actual presidente de los Estados Unidos, debido principalmente a su evidente deterioro físico y, en alguna medida, intelectual, mostrados públicamente en un debate electoral televisivo con su adversario, el republicano Donald Trump.
La inmediata reflexión que este debate suscita, y que posiblemente cristalice en la sustitución de Biden en la candidatura demócrata, se torna absurda, pueril y por momentos estúpida al no poner el más mínimo acento en la absoluta inadecuación, no de Biden, sino de Trump, un fascista violento procesado por delitos de falsedad continuada, incitación a la violencia y desfalcos varios en el desempeño de sus funciones como presidente de su país, y que vuelve a optar a dirigir con propuestas totalitarias una administración cuyas decisiones y acciones condicionan de forma directa a todos los estados en el mundo. Así que poner el acento solo en las carencias físicas de Biden en un debate en el que ardió el racismo, la amenaza, el chantaje político, la xenofobia y el clasismo, da noticia de cuánto tenemos que corregir nuestros puntos de atención.
Es el viejo truco de acentuar lo episódico para hurtar lo importante, el antiguo tocomocho que agranda la perspectiva de lo pequeño para falsear la amenaza de lo gigante. Porque si es cierto que el estado de salud de Joe Biden requiere una revisión tanto de su candidatura como de su capacidad para ostentarla y, en su caso, ganarla, es mucho más trascendente, peligroso y letal, porque afecta ámbitos mucho más extensos y vulnerables, la presencia en la vida política de la pura basura, de un radical ultraderechista como Donald Trump que es una deriva envenenada del mundo, y cuya presencia en los núcleos de poder denuncia la baratura de nuestras aceptaciones y lo raquítico de nuestras tolerancias hacia lo más oscuro del racismo, nuestra indiferencia cómplice, y emerge otra vez la putrefacción de la xenofobia, dándole combustible con nuestras tragaderas a la enorme pira mundial en que están ardiendo nuestros derechos.
Una sencilla operación distributiva o asociativa, y hasta de idempotencia, nos informa de que los problemas de Joe Biden, posiblemente uno de los menos dañinos presidentes del país más chantajista del mundo, se vuelven nada comparados no solo con la amenaza caudillista y ánimo genocida que es su adversario electoral, sino con las psicopatías fascistoides, las oceánicas ignorancias, la presuntuosa incultura y la explícita y cretina necedad, incompetencia y negligencia de que alardean, exhiben, muestran y hasta fanfarronean muy concretos/as presidentes/as de comunidades autónomas o ayuntamientos españoles.
Podría hablarse aquí de las evidente inadecuaciones de políticos, no ya para optar a puestos de responsabilidad sino para ejercerlos, por padecer diversas sociopatías, inocultables soberbias despectivas, descarados radicalismos e imitaciones nazis y otras taras mentales que los convierten, salvo para sus corifeos, en incapaces e inadecuados para la labor pública y la representación que ostentan, y de los que en España tenemos claros ejemplos en comunidades autónomas como las de Madrid o Castilla y León, las de Valencia o Extremadura y Aragón, o en ayuntamientos, diputaciones y organismos públicos, juzgados, cuarteles, cuartelillos y otros crisoles de la desvergüenza institucional, dirigidos en diferentes niveles por personajes mucho más dañinos e insultantes para la ciudadanía diaria y el cuidado de nosotros, mutatis mutandis, que un anciano americano desmemoriado.