Más de la mitad de la producción mundial de cobalto, destinada a la industria tecnológica de nuestros países, sale de la República Democrática del Congo; más de 40.000 niños trabajan en las minas artesanales del sur del país, la mayoría en la extracción de este mineral. En su mayor parte, estos niños lo hacen en la superficie, cribando los escombros en busca del mineral; y otros, dentro de los pozos sin apuntalar y a decenas de metros de profundidad. Muchos de ellos sufren problemas de salud por respirar polvo de cobalto, lo que puede causar fibrosis pulmonar (potencialmente mortal), así como el contacto del cobalto con la piel puede provocar dermatitis, y es que ni adultos ni niños usan materiales de protección (guantes y máscara).
Óscar Delgado Muñoz
Defensor de los Derechos Humanos
Más de la mitad de la producción mundial de cobalto, destinada a la industria tecnológica de nuestros países, sale de la República Democrática del Congo; más de 40.000 niños trabajan en las minas artesanales del sur del país, la mayoría en la extracción de este mineral. En su mayor parte, estos niños lo hacen en la superficie, cribando los escombros en busca del mineral; y otros, dentro de los pozos sin apuntalar y a decenas de metros de profundidad. Muchos de ellos sufren problemas de salud por respirar polvo de cobalto, lo que puede causar fibrosis pulmonar (potencialmente mortal), así como el contacto del cobalto con la piel puede provocar dermatitis, y es que ni adultos ni niños usan materiales de protección (guantes y máscara).
Niños y niñas son expuestos a largas jornadas de alrededor de doce horas levantando cargas de entre veinte y cuarenta kilos por uno o dos dólares por día, muchos de ellos sin nada que comer, y algunos niños soportando jornadas de hasta 24 horas en los pozos. Además, numerosos niños sufren mutilaciones y mueren en los hundimientos de los precarios túneles, y ni ellos ni sus familias reciben indemnización alguna. Estos niños no son registrados públicamente cuando nacen, por lo que oficialmente no existen, algunos se encuentran envueltos en redes de tráfico de menores, y otros trabajan para costearse una educación que debería de ser gratuita, pero que los maestros tienen que cobrar para los materiales y su propia subsistencia.
Esta industria tiene una cadena de distribución opaca, algo que es impensable en otros sectores, y es que una vez extraído es imposible diferenciar entre el cobalto excavado en una mina responsable, con los equipos de seguridad pertinentes, y el mineral sacado por un niño en una mina ilegal. Además, China, la cual se conoce por su falta de transparencia, es el principal socio del Congo en este aspecto, y es que del país centroafricano depende en parte de su fuerte industria tecnológica. Es por eso que posee la mayoría de las concesiones mineras a cambio de la construcción de infraestructuras en el país, por ejemplo. Aunque también británicas como Glencore están muy presentes en el Congo, siendo todos ellos socios en el uso de mano de obra infantil. Numerosas demandas y denuncias se han interpuesto en tribunales europeos y norteamericanos, por parte de organizaciones y particulares ante las principales empresas del sector; pero muchas argumentan que no pueden seguir el rastro a toda la cadena de suministro.
Sin duda, otro de los actores principales son los líderes y grupos locales que hay presentes en el país, que se encuentran legitimados por el uso de la fuerza como la figura de autoridad en aquellas partes del país donde el Estado no existe, y algunas comunidades los usan para protegerse ante la vulnerabilidad que genera este contexto de pobreza e inseguridad. Con la existencia de valiosos minerales como el cobalto, diferentes provincias se convierten en un escenario de guerra entre distintos señores de la guerra, en lucha por el territorio y su explotación.
Lo más alarmante de todo esto es que ninguno de nuestros Estados lleva a cabo medidas para garantizar que al menos el cobalto de origen ilegal no llegue a nuestros países, y que nuestras compañías dejen de traficar con él, para no seguir perpetuando esta situación donde somos cómplices de la explotación infantil. Y las previsiones de futuro son preocupantes, estando las principales potencias mundiales, incluyendo a Europa, en plena transición ecológica, lo que no hace sino disparar la demanda de este cruento mineral. Esta transformación energética, además de ser verde, debería de ser justa.
Hemos de poner freno a una lacra, que según datos de la Organización Internacional del Trabajo, hace que casi uno de cada diez niños en el mundo trabaje, y la mitad de ellos en trabajos peligrosos. Y es que una vulneración previa de los derechos de estos menores es lo que posibilita esta problemática, como es el del acceso a una educación gratuita, algo que predetermina el futuro de niños y niñas.