OPINIóN
Actualizado 25/06/2024 07:59:53
Isaura Díaz Figueiredo

Vivía un humilde sastre con sus cinco hijos y su mujer embarazada del sexto. Apenas tenía ya para darles de comer. Un día, les dijo que partiría en busca de fortuna. No estaba dispuesto a ver crecer a sus hijos entre la miseria. Su mujer le miró asombrado:

—¿Dónde irás?—preguntó estupefacta.

El sastre guardó la ropa en un hatillo y salió, sin rumbo. Era ya de noche y después de mucho caminar, comenzó a sentirse muy solo. Echó de menos a su familia. En ese momento, escuchó unos pasos detrás de él.

—¡Qué bueno! ¡Ya no estaré solo!- pensó el sastre.

Y desaceleró un poco su marcha. Pero al volver la cara, dio un pequeño grito de terror. ¿Cómo iba a esperar encontrarse de cara con la Muerte?

—Vaya, siempre consigo ese mismo recibimiento cuando me ven — dijo la Muerte.

—Perdone usted, pero así, de repente…

—Ya, ya, lo sé. No te preocupes, que no vengo a buscarte. En verdad, quería pedirte un favor.

—¿Yo? ¿En qué puedo ayudarla señora?

—¿No ves los andrajos que llevo? Están tan deshilachados ¡Voy a pillar una neumonía con el frío que hace!

—Ya veo, puedo zurcir los rotos…

—No, qué va. Esta tela está se deshace. Pero tengo un trozo de buen paño para que me confecciones un vestido ¿Podrías hacerlo?

—Claro— dijo entonces el sastre.

Muy dispuesto, se sentó sobre una roca, sacó agujas e hilos y comenzó a confeccionar un nuevo traje para la Muerte.

—¡Así ya parezco otra cosa! ¿No crees? Vaya, que te mereces un buen sueldo.

—No hace falta, señora, de veras… Es gratis para los amigos como usted.

—Eso no sería justo. Ten, te mereces esta bolsa repleta de monedas de oro. Con ella, comprarás una casa y un carruaje y colgarás en la entrada del taller un que diga: ”Médico, cirujano, partero y cura todo”.

—Pero… Yo no soy médico. No sabría curar a nadie…

—De eso no te preocupes, tampoco has de saber mucho.

—Pero si no sé leer latín ni griego… ¿Cómo podré… ?

—Verás, será muy fácil. Cada vez que veas a un enfermo, yo apareceré. Solo podrás verme tú. Si me sitúo a los pies del paciente, es que curará en pocos días. Puedes darle lo que quieras, dará igual. Pero si me sitúo en la cabecera, debes decirle que prepare el testamento, y los familiares estarán muy agradecidos por avisar.

—Está bien— dijo el sastre un poco contrariado— Pero antes quería pedirle… ¿Podría ser la madrina de mi futuro hijo?

—Claro, faltaría más— respondió a Muerte.

Y así hizo el sastre, tal y como le pidió la Muerte. Buscó una casa nueva y compró un maravilloso coche envidia de los vecinos. Regresó a su casa con alimentos y ropa nueva para todos. Su mujer no podía ni creer lo que veía. ¡Parecía un sueño! Se trasladaron a la nueva vivienda y a los pocos días, el nuevo doctor recibió la primera consulta.

Era el primogénito de un hombre muy rico:

—Por favor, doctor, el hijo mayor de mi amo, está muy enfermo. ¿Podría usted venir conmigo?— dijo el criado.

El sastre agarró los útiles y partió. Nada más llegar, vio a un hombre mayor, tendido en la cama, un tanto pálido. A sus pies, estaba la Muerte. El sastre sonrió, y después de auscultar al hombre, y hacerle unas cuantas preguntas, dijo

— Todo resuelto, en tres o cuatro días estará como nuevo. No se preocupe. Solo necesita reposo, un baño de pies al día y un caldito de gallina cada noche.

El anciano sanó a los tres días y envió una buena recompensa. Y así, el sastre-doctor, fue haciéndose con cierta fama. De hecho, un buen día, le llamaron porque un hombre riquísimo estaba grave. Ningún médico había podido curarle. Pensaban que estaba en sus últimos días. Al llegar a la habitación en donde reposaba sobre una cama con dosel rodeado de doctores, con semblante preocupado.

—Pobre hombre, deben quedarle como mucho dos o tres días… — decía uno.

—Sí, o una semana a lo sumo-—añadía otro.

Pero el sastre vio a la Muerte a los pies de la cama, y con seguridad les dice:

—Están equivocados. A este enfermo no le pasa nada. En una semana estará de nuevo sano. El hombre, que pensaba que se estaba muriendo, dio un brinco de felicidad.

—¿En serio?

El sastre le mandó hacer ejercicios diarios, tomar caldos de verduras durante una semana y vitaminas. En pocos días, estaba recuperado.

A todo esto, nació el sexto hijo del sastre y la Muerte se presentó como madrina.

—Te pido una cosa, Muerte —dijo el sastre— No me lleves todavía que tengo mucho que hacer. Intenta que sea tarde…

—No temas, que te prometo, amigo, que tres días antes de llevarte, te avisaré.

Pasaron unos cuantos años y un día, la Muerte se presentó en casa.

—Amigo, vengo a avisarte. En tres días vendré a por ti.

—¿, Tan pronto? — respondió sorprendido el doctor improvisado.

—Me temo que sí. Ha llegado tu hora…

Entristecido, le contó a su mujer que en tres días la Muerte iba a llevarlo. A ella se le ocurrió lo siguiente:

—La Muerte no te reconocerá si cambias de ropa. Te corto el pelo y la barba, serás otro.

El sastre quedó pelón y, vestido de jardinero, no había quien le reconociera. A los tres días, la Muerte pasó por su lado. Al ver a su mujer, preguntó:

—¿Qué tal mi ahijado? ¿Y cómo estás tú? ¿Y sabes por dónde anda tu marido?

—Oh, yo creo que salió a atender a un paciente— respondió

Entonces, la Muerte se dio la vuelta, y al pasar junto al sastre, que regaba unas plantas, dijo a la mujer del médico:

—Bueno, cuando vea a su marido dígale que vine a buscarle, pero que mientras tanto me llevo al jardinero.

NOTAS:

Mucho ojo con los líderes de plástico. No olvidemos que somos un tejido social voluble, desleído. Algunos no son políticos, son tecnócratas, tienen muchos conocimientos, pero carecen de don de saber llegar a las masas. Saber jugar con los medios de comunicación, empatizar con el pueblo, hacerles llorar o reír y esto es fundamental para llegar al poder. Actualmente, la gente acepta el chalaneo, la picaresca, la verdad, según convenga, el relativismo moral. Son capaces de comprar o vender un caballo sin dientes o una moto sin manillar… La paz social conseguida a cambio de dinero… Son magos que se llaman “antifascistas”, Maquiavelo dio en la clave de este proceder.

¡Cómo me gustaría escuchar la opinión de mi admirado Julián Marías Aguilera! (Valladolid, 17 de junio de 1914-Madrid, 15 de diciembre de 2005) filósofo y ensayista. Doctor en Filosofía por la Universidad de Madrid, uno de los discípulos más destacados de José Ortega y Gasset.

Parece que le estoy oyendo traspasar las nieblas de la eternidad. «Pondrán infinitos disfraces, bailan al son que les marquen a fin de disfrutar un tiempo más en la silla». Me temo don Julián que abiertas ciertas puertas va a ser muy difícil poder cerrarlas. ¿Qué opina?

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