OPINIóN
Actualizado 29/06/2024 08:47:05
Julio Fernández

Ian Gibson, uno de los hispanistas extranjeros más emblemáticos, biógrafo, entre otros, de Lorca y Antonio Machado y estudioso de la Guerra Civil y la dictadura franquista, a la que siempre ha calificado de “dictadura criminal e ilegítima”, ha calificado recientemente a la derecha española como “la peor de Europa”, que es, además “hipócrita”, porque dicen que son católicos y no practican ni lo más elemental de la religión católica, es decir, respetar al prójimo y, en cambio, Gibson confía en una España abierta, plural, machadiana, europea, con sus capas de cultura, en un país mestizo, que somos, sin patriotismos caducos y atrabiliarios como los que sigue manteniendo la derecha recalcitrante, aquélla de “charanga y pandereta”, que denunciaba Machado o la “atrasada, analfabeta y dormida, sentada a la vera de los caminos de la historia”, como la veía Azaña en 1911.

Estos calificativos de Gibson son de los mejores que he escuchado en los últimos tiempos de los líderes políticos de una derecha siempre cavernaria, que no ha sabido desprenderse de sus ascendientes ideológicos, los líderes de la dictadura franquista y que en la actualidad permanecen indisolublemente unidos a la ultra derecha de Vox, a la europea de Le Pen, Orban o Meloni, a la americana de Trump o Milei y a sus aduladores mediáticos, esos que intoxican los medios de comunicación con mensajes de odio y resentimiento hacia la izquierda española, europea y mundial, identificando socialismo o comunismo como lo hacía, en su día, el psiquiatra franquista Vallejo Nágera –el Mengele español- con ese “gen rojo” que quién lo poseía padecía una inferioridad psíquica, siendo más proclive, en consecuencia, a realizar conductas delictivas y a tener comportamientos sexuales depravados, practicando el “amor libre” y la homosexualidad.

Cuarenta años de dictadura y de lavado de cerebro colectivo son demoledores. Esa es la causa por la que personajes políticos envidiosos y rencorosos, como Ayuso o Almeida, sigan cediendo ante su subconsciente y continúen pensando que los “rojos” sean más parecidos a animales de cuernos que a seres humanos libres e iguales en dignidad y derechos, como el resto de la población, como cualquier ciudadano del mundo y de cualquier raza, opinión política, ideología o confesión religiosa, como reza en el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de diciembre de 1948.

Durante la presente semana, el esperpento entre los diferentes líderes políticos del PP ha sido evidente y palpable. Hace menos de una semana Ayuso recibía con todos los honores a un jefe de Estado faltón, que utiliza la motosierra para recortar drásticamente políticas sociales porque las considera una “aberración” y lo hacía con esa maldad intrínseca, vengativa, torticera y con ensañamiento, con la que actúa contra el gobierno de España y por el odio visceral que profesa al presidente Pedro Sánchez. A la vez que recibía a Milei pedía públicamente que el PP no llegara a un pacto con el PSOE para la renovación del CGPJ. En cambio, tan sólo unos días más tarde, comentaba en un medio de comunicación que el pacto por la renovación del órgano de gobierno de los jueces es buenísimo y, claro, ha sido debido a Feijóo, no a Sánchez; cuando ha sido el gobierno el que machaconamente ha reivindicado desde hace casi 6 años, que el PP cumpla con el mandato legal y constitucional que obliga a renovar el CGPJ cada 5 años. ¿Qué ha cambiado desde 2018 para que ahora el PP sí vea procedente el pacto para renovar el CGPJ? Nada, pero Feijóo sabe que políticamente puede pagarlo muy caro el PP si sigue por la senda barriobajera del ataque sin tregua hacia el gobierno. Hasta ahora, tanto Casado como Feijóo se han plegado a los sectores más reaccionarios de la derecha española; cayendo el primero por tratar de denunciar, en un momento de sensatez, las presuntas corruptelas políticas cometidas por Ayuso y familia en los momentos más duros de la pandemia y manteniéndose, de momento, el segundo, porque no se atreve a cuestionar las excentricidades políticas de la mandataria madrileña. Por no atreverse, no ha sido capaz de denunciar públicamente que la medalla entregada a Milei ha sido un gesto político incauto, inadecuado e incluso suicida.

Estos giros de guión en las tácticas de oposición de la formación política de Feijóo, demuestran que el PP no tiene un programa y un planteamiento político sólido, sensato, continuo y dinámico, sino que varía en función del momento. El PP se planteó, desde hace seis años e inmediatamente después de prosperar la moción de censura de Sánchez contra M. Rajoy, acabar con el gobierno socialista como fuera. Daba igual el medio empleado con tal de conseguir el fin último.

Comenzó la derecha y sus aduladores mediáticos inventándose un posible plagio de Sánchez cuando este elaboró su tesis doctoral en Economía y para ello los supuestos “expertos periodistas” confundían coincidencias del texto con plagio, cuando sabemos que en cualquier artículo o trabajo doctrinal, los programas anti-plagio lo que te apuntan, lo que determinan claramente son “coincidencias” y cuando un autor cita, por ejemplo, un texto legal o en el sumario del trabajo aparecen los epígrafes Introducción, metodología o conclusiones, el programa informático dirá que hay “coincidencias” en el porcentaje que sea. Evidentemente, en todo trabajo serio habrá epígrafes que expresamente mencionen esas palabras. Para determinar si hay plagio, además de esas coincidencias, habrá que comprobar si el autor cita expresiones literales de otros autores sin hacer la expresa mención de que son de esos otros autores y que no se las apropie como suyas.

Como no pudieron derribarlo así y después de que la derecha perdiera claramente las elecciones en los comicios celebrados en 2019, siguieron dando con el mazo, convocando manifestaciones a favor de la unidad de España y el patriotismo caduco al que siempre acude la derecha cavernaria desde los tiempos de Viriato. Intoxicando, manipulando, engañando y siempre con la inestimable ayuda de la ultra derecha más rancia, en este caso, la de Vox y la de muchos líderes de la formación Ciudadanos –así les fue, que han desaparecido del mapa político-.

Accedieron al poder en 2018 y 2019 en varias comunidades autónomas y ayuntamientos sin haber ganado las elecciones: Andalucía, Castilla y León o Madrid, son ejemplos de ello. Pero entonces era legítimo. En cambio, cuando el PP ganó las elecciones generales en julio 2023, que gobernase Sánchez no era tan legítimo, convocando manifestaciones e intoxicando, en este caso con argumentos diametralmente diferentes a los esgrimidos en los comicios de 2019. Incluso ahora, la señora Ayuso –incongruente, como siempre, en sus paupérrimos argumentos, porque es una líder con una formación política muy cuestionada- el día en que justificó la concesión de la medalla internacional de Madrid al presidente argentino Milei, llegó a decir: “sí, ese sí es un presidente al que ha apoyado la mayoría de los argentinos, no como otros”, en clara referencia a Sánchez. ¿Se le ha olvidado a Ayuso que ella no ganó las elecciones autonómicas en 2019 y, en cambio, fue investida presidenta de la Comunidad?

Pero, claro, después de las últimas elecciones europeas, Feijóo se ha dado cuenta que tendrá que aguantar a Sánchez una temporada más larga de lo que pensaba y, o se modera, o nunca podrá gobernar. Bueno, y si se modera, ¿aguantarán Ayuso y Abascal? ¿seguirá gobernando con Vox en la infinidad de comunidades autónomas y ayuntamientos donde gobierna actualmente? ¿aprobará el PP de Castilla y León, con el amparo de Vox, la famosa proposición de ley de “Concordia” que blanquea el franquismo, no considera que fuera el golpe de Estado del 17 de julio de 1936 la causa de la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista y va en contra de los postulados no sólo de la ley de Memoria Democrática estatal sino de los criterios mantenidos por Naciones Unidas? Veremos.

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