OPINIóN
Actualizado 28/06/2024 07:50:21
Álvaro Maguiño

Los espacios de Alba de Tormes se están inundado de azul en su interior. Es un azul que amolda el muro a su plasticidad, con tanta potencia que hace pensar en el cielo de las novelas. Y la Basílica de Santa Teresa se convierte en un mar coloreado, refulgente, con grandes cuadros nadando en armonía. Con luz. Con extranjero pellizco.

En la Basílica de Santa Teresa de Alba de Tormes se está llevando a cabo una interesante exposición sobre la pintura valenciana de los siglos XV y XVI que tiene por nombre “El esplendor de la pintura en Valencia. Siglos XV y XVI”. La piedra de Villamayor aloja las minucias que poblaron los templos de Valencia y que ahora duermen en un lecho oculto, como si su significado fuera algo íntimo, algo perteneciente al mundo de los secretos. Y con hospitalidad, la piedra de villamayor revela un luz que sólo puede manar de los soles foráneos. Una luz que no se da en las riberas del Tormes, sino que bebe los vientos por un Paraíso perdido encontrado en la primavera valenciana. La exposición reúne más de cien obras de colección privada con grandes representantes como Juan de Juanes, Fernando Yáñez de Almedina o Nicolás Borrás, nombres que resuenan en la memoria del Museo del Prado, que pasean por sus paredes como el que vive sin recordar. Y sirve esta reunión de cuadros, este simposio sin palabras, para reconciliar al Cristo atado a la columna de Juan de Juanes, excelsa pintura conservada en la albense Iglesia de San Juan.

Sin embargo, mi corazón no quedó marcado por esa misericordia lacerada que ya conocía, sino por el dorado de una pequeña inmaculada de Juan de Juanes que me hablaba de una lejana tradición iconográfica que combinaba el texto más poético de la biblia con la rosa más brillante del jardín. Es una visión atemporal, una concatenación de versos ahora imaginados. Es un fondo dorado que habla de un sol eterno para recortar al verdadero espejo místico. El Cantar de los Cantares alimenta el amor a la esposa eterna y María ordena a su alrededor todas las bellas imágenes del mundo, haciendo que adornen su nombre, su verdad eterna. Dejan de ser metáforas al uso, se vuelven dulces conocimientos, sitios de recreo donde se cultiva el amor más sincero. “TOTA PULCHRA ES AMICA MEA ET MACULA NON EST IN TE”. Y callo porque la pintura está cantando.

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