OPINIóN
Actualizado 23/06/2024 09:05:31
Manuel Rodríguez Fraile

Ese es el título de un libro, de muy recomendable lectura, publicado en ya lejano año 2003[1] por la filósofa, ensayista, directora de cine y guionista estadounidense de origen judío Susan Sontag, cuyo pensamiento tuvo gran influencia en los movimientos sociales de los años 70 y 80.

En dicha obra Sontag dice: La conciencia del sufrimiento que se acumula en un selecto conjunto de guerras sucedidas en otras partes es algo construido. Sobre todo, por la forma en que lo registran las cámaras, resplandece, lo comparten muchas personas y desaparece de la vista.

Premonitorias palabras de Sontag a la vista de cómo percibimos hoy, al menos en esta parte del mundo, lo que sucede en otros lugares castigados por guerras o catástrofes naturales o provocadas, que creemos que nunca caerán sobre ‘nosotros’.

Si Virginia Woolf, la escritora y ensayista británica, reflexionó sobre las raíces de la guerra en su obra Tres guineas (1924) en la que afirmaba irónicamente que no estaba en posición de responder a la pregunta de cómo acabar con las guerras porque es cosa de hombres las máquinas de matar tienen sexos, y es masculino; por lo que dijo que sólo podía añadir que: Combatir no tiene sentido. Sontag también señalaba que nadie, ni siquiera los pacifistas, pueden terminar con las guerras, a lo único que se puede aspirar es a impedir el genocidio.

Pero hoy parece que ni a eso es posible aspirar a la vista que lo que esta sucediendo desde hace meses en Palestina dónde un solo hombre, apoyado por un grupo de fanáticos ultraconservadores religiosos y al mando de un poderoso ejército, quiere exterminar a todo un pueblo al que, desde décadas, llevan los judíos arrebatando más de la mitad de su territorio ante la pasividad de la Comunidad Internacional.

Somos muchos millones de personas los que presenciamos lo que está sucediendo casi sin inmutarnos ¿por qué? Una de las razones la hemos mencionado antes, estamos convencidos de que a ‘nosotros’ nunca nos sucederá siempre le sucede a algún ‘ellos’, esa maldita tercera persona del plural, que decía Joaquín Sabina, que divide y diferencia a unos seres humanos de otros.

Una segunda razón es que nuestra percepción de la realidad a cambiados. Si durante mucho tiempo algunas personas creyeron que, si el horror podía mostrase con suficiente realismo, la mayoría de la gente entendería que la guerra es una atrocidad, una insensatez. Pero no hemos entendido nada. Vemos cada día, creo que con más que suficiente realismo, las dramáticas consecuencias de las guerras, como también de la pobreza, el hambre o del odio, y todo sigue igual.

Apenas echamos una mirada a las imágenes que aparecen diariamente en los medios de comunicación, y que vemos sentados en nuestro comedor o sala de estar. Rostros desencajados por la tragedia y cuerpos destrozados, pero no hay tiempo de pararse a pensar que tras ellos hay madres, padres, hijos, hijas, hermanos y hermanas, porque rápidamente hay que pasar a otras noticias que dañen menos nuestra sensibilidad, que se ha tornado insensibles ante lo que les sucede a ‘ellos’. La información de lo que está sucediendo en otra parte, llamada <>, destaca los conflictos y la violencia - <> - reza la máxima de la prensa sensacionalista y de los programas de noticias que emiten titulares las veinticuatro horas del día. Pero, el caso es que a poco que conozcamos la Historia podemos observar claramente que la guerra no es <>, el lo normal; la paz es lo excepcional.

Y quiero terminar este texto con citas de las dos extraordinarias mujeres que lo han inspirado. Virginia Woolf dejó escrito con relación a cómo podemos los ciudadanos contribuir a terminar con la guerra: Hay tres propuestas. La primera es enviar una carta a los periódicos; la segunda es afiliarse a cierta asociación; la tercera es contribuir a los fondos de dicha asociación. A primera vista, nada parecería más simple: garabatear una firma sobre una hoja de papel es sencillo, asistir a una reunión donde se repiten con más o menos retórica opiniones a favor de la paz ante un auditorio que está de acuerdo con tales opiniones también es sencillo, y firmar un cheque para financiar esas opiniones vagamente aceptables, si bien no es tan sencillo, es un modo barato de acallar lo que convenientemente podríamos llamar conciencia.

Por su parte Susan Sontag dijó: Dondequiera que la gente se sienta segura (...), sentirá indiferencia. Pero deberíamos añadir que la indiferencia no nos proporcionará nunca esa seguridad que anhelamos.



[1] Ante el dolor de los demás. Susan Sontag. 2003. Alfaguara. Otro muy interesantes es El sida y sus metáforas de 1973 publicado lo DeBolsillo.

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