Seguimos con Europa, con esa Europa humanista, faro de civilización, que ha de ser defendida más que nunca estos tiempos, por todo lo que tal defensa significa.
Y seguimos con Luis Vives, ese gran humanista español y europeo, amigo de Erasmo de Rotterdam, que muriera (nuestro valenciano) en la ciudad de Brujas, donde viviría no pocos años de su no muy dilatado existir, de cuarenta y siete.
Vives llegó a decir que todos los defectos de los españoles se remediarían a fuerza de leer. “Yo no estaré contento –estas son sus palabras (recordadas, a su vez, por Marañón)– hasta saber que hay en España una docena de imprentas que editen y propaguen los mejores autores; solo así los demás países se van limpiando de la barbarie.”
Nos propone ya, desde ese siglo en que se expande el humanismo por toda Europa, que es el XVI, una receta que, a lo largo de la historia, se ha mostrado eficaz: la lectura contra la barbarie.
Porque uno de los signos de la barbarie ha sido el de la quema de libros. En un pueblo cerca del nuestro natal, la pequeña biblioteca que dejaran en él las Misiones Pedagógicas de la segunda república fue quemada, a vista de todos los vecinos congregados en torno al fuego, en la misma plaza del pueblo, por los vencedores de la guerra civil.
Se llegaría a salvar algún libro, acaso porque se quedó sin devolver en alguna casa, y un día nos haríamos con él en una librería de lance, por un número de euros que no alcanzaban ni los dedos de una mano. Qué extraordinario y significativo pecio, salvado de un naufragio, representado en la quema de libros de aquella plaza.
Ah, las quemas de libros. Cuántos ejemplos podrían traerse aquí a colación de ellas, a lo largo y ancho de la historia europea, como ataques a ese cosmos de civilización y humanismo al que ha aspirado siempre Europa.
Tenemos la imagen –proyectada, en su momento, por todas las televisiones, y no hace tantos años– de la destrucción de la biblioteca de Sarajevo, en la desdichada guerra de Bosnia; un edificio ardiendo, bombardeado, con todos los libros, memoria de todo un pueblo, siendo destruidos por la barbarie de las llamas.
Y, junto a tal gesto de barbarie, en la propia Sarajevo, la valiente y lúcida intelectual norteamericana Susan Sontag se llegó hasta allí, en julio de 1993, para dirigir y producir Esperando a Godot, del genial irlandés Samuel Beckett, como grito de alarma y de protesta contra aquella barbarie.
Y aquel gesto, arriesgado y valiente, de Susan Sontag vaya que si hizo por la paz, según puede advertirse, porque se halla documentado aquel grito de cultura humanista contra la barbarie de la guerra. Como harían falta ahora mismo otros gestos de tal estirpe para que guerras como la de Ucrania o Gaza se paralicen.
En fin, lectura contra la barbarie, como pidiera nuestro Luis Vives, desde el corazón de Europa, desde ese corazón en el que, por ejemplo en Amberes, editaban libros que difundían esos nuevos postulados luminosos de un humanismo fértil, cuyo horizonte de concordia, de entendimiento, de luz y de convivencia se sigue ensanchando.