OPINIóN
Actualizado 08/06/2024 09:44:03
Juan Ángel Torres Rechy

La revista semestral Tiempos Distemporáneos ha cerrado la primera época. En una entrevista con uno de los editores, Juan Ángel ha corroborado la excelencia del trabajo del comité editorial, con su modo de lanzar el proyecto adelante con recursos propios y un auténtico amor al arte. En el último volumen, Primavera, 2024, leemos la poética de la revista: “Todos los tiempos el tiempo, todas las voces la voz, todos nosotros ustedes. En el inmenso reflujo de quienes buscamos vivir dignamente del arte, de la literatura, de la cultura, de las humanidades, Tiempos Distemporáneos parece haber cumplido su función como medio de divulgación, pero también como instrumento cultural. Porque nos hizo dinamizar lo humano para plasmar lo humano”.

Me gustaría contar con tiempo suficiente para examinarme. Juan Angel ha llegado a un lugar donde yo ahora lo veo a lo lejos. Lo desconozco, me parece. No es el mismo de años atrás. Él —lo he escuchado de otras personas—, se encuentra en un camino de regreso a su origen humano. Sus pasos andados hasta hoy, los desanda en el sentido de un viaje interior con rumbo a la pregunta por la existencia del ser.

Sus clases, inevitablemente, comportan algo de la comunicación de su persona a sus estudiantes. El asunto se reduce a un tema similar al de la literatura. En un artículo todavía inédito sobre las huellas del autor en la construcción de los personajes en un corpus de novela norteamericana contemporánea —que miré de arriba abajo porque el investigador me permitió echarle una mirada para pulir algunos pasajes en español— se pone de relieve una estructura de siete procedimientos mediante los cuales el autor se entrevé en su narrativa.

En lengua española, el caso seguramente más notorio será el de Jorge Luis Borges, que aparece, como todos lo sabemos, en calidad de un personaje más en sus propios relatos. Otro ejemplo que todos tenemos en mente, de un autor cuyo deceso hemos soportado recientemente, es el de Paul Auster. El artículo que cito arriba sobre “las huellas del autor en la construcción de los personajes en un corpus de novela norteamericana contemporánea” aborda su estilística. En el capítulo dedicado a la novela Ciudad de cristal, de la Trilogía de Nueva York, el autor de la investigación se encarga de relacionar de manera detallada una serie de eventos que sin lugar a dudas recogen materia de la propia vida del Premio Príncipe de Asturias estadounidense. Paul Auster, como Jorge Luis Borges, no hacen otra cosa más que desplegar el universo espiritual de su imaginación en el diseño de un universo literario de papel donde nosotros como lectores terminamos siendo parte del mismo.

Por mi parte, lo anterior lo he atestiguado recientemente en mi lectura de Marco el romano, de Mika Waltari. Para la descripción del asunto, vasta y sobra la mención de pasajes como el inicio de la tercera carta de Marco Mecencio Maniliano a Tula, cuando dice: “Escribo mi nombre y tu nombre, Tulia, pero al contemplar el mío en el papiro me siento maravillado y me pregunto si soy yo el que escribe o si hay en mí algún extraño que lo hace por mí” (las cursivas son nuestras). Evidentemente —queremos creer—, cuando Marco se pregunta si es él quien escribe o si hay en él un extraño que lo hace en su lugar, es en realidad Mika Waltari quien habla. El autor de la novela, Waltari, se ve en la necesidad de aparecer de algún modo para concretar el hechizo, el encanto, del mecanismo narrativo.

De un modo similar, en una fase inicial, de principiante, de aprendiz, de hombre letraherido cuyo destino al parecer ha quedado sujeto de manera irremediable a la palabra escrita, yo me detengo a examinar a esa persona de nombre Juan Angel. Lo veo, de alguna manera, inspirando estas letras. Desconozco si se trata de él, o si el hecho se reduce simplemente a un sueño, pero de un modo u otro me dicta la manera de discurrir por este cauce de la expresión escrita. Me sugiere ideas en torno a la música como medio natural para infundirle vida a la palabra.

A ese Juan Angel, en distintos medios digitales lo encuentro a la vuelta de los clics del ratón y el tecleo del tablero. El pulso en la pantalla me lo devuelve en alguna convención celebrada en lugares sin nombre en la columna. Diligente, abnegado, derrotado a sí mismo, se inclina en el escritorio y demora su silencio en la lectura de los documentos de sus estudiantes. En los márgenes de las hojas de cuaderno anota comentarios ortográficos, gramaticales, sintácticos, apunta algún vaso comunicante con narrativas de autores consagrados en editoriales de prestigio como Acantilado. A medianoche, cuando enciende la lámpara de su estudio y pone música clásica para trabajar, se permite excursiones intelectuales por otros campos del saber comentados en clase por sus estudiantes, como ha sucedido recientemente con la pintura de Giorgio de Chirico.

Ese Juan Angel de una manera oscura, seguramente en sueños, nos intuye a nosotros. Te sabe a ti, lector, buscando en su obra lo que todavía no acierta a comunicar. Te tiene en mente cuando fatiga las calles de las ciudades donde vive buscando algún escaparate de libros nuevo, algún mercado tradicional, algún callejón donde al despuntar las primeras horas de la noche entra para escuchar un concierto de jazz recogido en una mesa anónima junto a una ventana con algún florero en la repisa. Desde esa esquina, atestiguando usos y costumbres diferentes, toma nota en su cuaderno de apuntes de los temas que finalmente no alcanzará a comunicar en sus escritos. Ese Juan Angel cuya familia, desde otro punto del orbe, bendice con una oración constante en favor del cuidado de los cielos para su persona.

Ahora que abro al azar cualquier publicación suya en la red, encuentro un estudio sobre Farid Pozos, poeta mexicano contemporáneo. Analiza la construcción de la identidad mexicana con base en la descripción lírica de pasajes cotidianos de la urbe, donde Pozos refleja el significado de habitar el entorno en condición de hombre herido por el arte, el amor y la soledad. El nombre de Juan Angel aparece también en una publicación xalapeña, Tiempos Distemporáneos, en la página 16 del número otoño, 2022: “La huella de los tiempos inasibles / procede de un origen azaroso / perdido en un lugar que no sabemos. // No resta más que ir hacia el futuro / de frente al ayer y el ahora / al modo de un barco sin destino”.

La revista semestral Tiempos Distemporáneos ha cerrado la primera época. En una entrevista con uno de los editores, Juan Ángel ha corroborado la excelencia del trabajo del comité editorial, con su modo de lanzar el proyecto adelante con recursos propios y un auténtico amor al arte. En el último volumen, Primavera, 2024, leemos la poética de la revista: “Todos los tiempos el tiempo, todas las voces la voz, todos nosotros ustedes. En el inmenso reflujo de quienes buscamos vivir dignamente del arte, de la literatura, de la cultura, de las humanidades, Tiempos Distemporáneos parece haber cumplido su función como medio de divulgación, pero también como instrumento cultural. Porque nos hizo dinamizar lo humano para plasmar lo humano. Nos hizo prender luces y voces en el firmamento cultural de nuestro presente, tan ambiguo, tan incierto […]”.

Con uno de los editores de la revista, Rómulo Pardo Urías, Juan Angel tiene buena relación. Lo conoce desde el kínder, cuando compartían el espacio del recreo. La hermana de Rómulo, Luisa, era compañera suya del aula. Ambos hermanos, Luisa y Rómulo, despuntaron desde siempre por su creatividad. A Luisa la pueden encontrar fácilmente en la red, en virtud de su exitosísima carrera como dramaturga, que la ha llevado a presentar sus obras en distintas ciudades del orbe. Lo mismo sucede con Rómulo, a quien su doctorado en Historia por una institución de prestigio en México no lo ha aparatado nunca de su creación literaria y musical. Hace apenas unas semanas, desde una de las islas del Lago Xuanwu de Nanjing, al término de sus clases del jueves, Juan Angel le había escrito un correo electrónico a Rómulo diciéndole que citaría su revista en una columna.

torres_rechy@hotmail.com

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