Si hay un oficio o profesión con claroscuros más marcados es la del escritor; en general la del artista. A momentos llenos de gozo y sensación de libertad, le suceden otros de dificultades insalvables, gastos continuos, falta de ingresos, esperas,etc.
En este artículo describiré esos momentos tan placenteros de la creación y de la enorme posibilidad de elección, de temas, modalidades, ritmo de trabajo, encuentro con el público…libertad. Y en el siguiente artículo escribiré sobre las numerosas dificultades de la vida del escritor.
Uno de los temas que más gozo me ha proporcionado en este cuarto de siglo que llevo escribiendo, es el hecho de que comencé mi carrera literaria con una autobiografía (¡obviamente imaginaria!) de nuestro inabarcable Miguel de Cervantes, y la estoy finalizando con la biografía novelada de nuevo de Cervantes y su hija Isabel, poniendo como narradora del relato a su mujer Catalina de Salazar. Esta experiencia de mirar unos mismos hechos, cambiando el punto de vista del narrador la segunda vez, ha sido una de las experiencias más interesantes de mi carrera; he comprobado cómo dos puntos de vista, el de la mujer y el del hombre, perciben y crean dos realidades diferentes ( aunque parecidas en algunos aspectos).
Y como si quisiera demostrar o mostrar que la vida de los grandes genios es inagotable en variedad y riqueza, he terminado mi escritura sobre Cervantes con un relato corto del joven Miguel viviendo un par de años escasos en Sevilla, hacia los 18 años, en compañía de su hermana mayor y de su padre: el Cervantes previo a iniciar su andadura de escritor único, de idealista, de aventurero, de vida estable casado y sin problemas de supervivencia, en el que ya se intuyen sus capacidades artísticas y su pasión por la vida.
Hace unos pocos días, en la presentación de mi último libro La vida privada de los genios creadores, a pesar de que el texto del corto relato sobre Cervantes es compartido por otros cuatro genios artísticos, el diálogo improvisado sobre Cervantes con un amigo y cervantista allí presente, se alargaba tanto que nos tuvimos que frenar disciplinadamente y dar paso a otro de los creadores, pues parecía que todo el tiempo se iba a agotar solo con la historia de Miguel de Cervantes.
Hay pocas actividades en la vida más placenteras que el trabajo de un escritor, eligiendo el tema, desarrollándolo libremente, finalizándolo hasta verlo convertido en un libro.
Claro que ese placer la sociedad lo hace pagar caro: los editores, libreros, críticos, compradores potenciales del libro que se quedan en la antesala del acto de la compra, intuyen que el placer del creador es tan grande, que quizás no hace falta compensar al “pobre” escritor con más dinero ( como le ocurrió a nuestro héroe Cervantes durante toda su vida) como afirmaron unos editores franceses que llegaron a Madrid a conocer a Don Miguel: “no hay que dejar que se muera de hambre o de frío, pero no mucho más, pues parece que su pobreza genera magníficos frutos”. Dijeron…o algo muy parecido.