El campo, generoso, inclina en las tierras de pan llevar la cabeza de la espiga, lista para el sacrificio de la cosecha, la paja rendida. Es la sedosa continuidad del fin de mayo, dejando atrás el verde de las tierras de cereal que granaron con la lluvia y la protesta. El campo miraba hacia el cielo y el cielo les regaló la complejidad de los papeles de la PAC, el agua prometida y la sensación de que estamos abandonando el lazo con la tierra, el surco que nos alimenta. Sin embargo este año ha venido preñado de nubes promisorias, calor que grana y flores en las cunetas. Ha venido con tractores en la calle y con la inquietud de llamar al pan, pan y al vino, vino mientras soñamos con llenar la España vaciada de casas de adobe frescas en la canícula de un verano devastador y artificial. Asistimos cada vez más concienciados a la lengua que se encoge, a la piel que se cuartea, y el estío promete un sol que quema y un otoño para madurar la uva antes de tiempo.
Se preparan las máquinas que devoran hasta el ras de la tierra y mientras, florece la retama a la vera de nuestras carreteras. Abajo, en el sur de todos los calores, florecen las adelfas. Plantas duras que son cenefa natural frente al asfalto que quema. Generosa en dulces y pegajosas rosas que se prenden en la mirada fija en la carretera, la adelfa del sur, la adelfa que huele a veneno de almendras amargas. Más al norte, la retama florece y deja de ser esqueleto de tallo polvoriento, porque por no perder ni una gota de agua, la planta no tiene hojas que distraigan la humedad de nuestros estíos. Estíos amarillos de mies y de retama, plantada junto a la carretera por la que subimos a un norte de Tierra de Campos que se dobla en exquisitos oteros, en arapiles cubiertos de redondos pinos piñoneros. Es un tapiz amarillo que de repente se eleva, pero solo un poco, ese abrupto desviar de un arroyo seco y sus álamos, sus chopos, su recuerdo de humedad como la charca en medio de los prados donde bebe la cigüeña su alimento de ranas. Aves que anidan en las torres de la luz que también son agujas colocadas sobre el tapiz natural por donde corre la carretera. Paisaje casi lunar en este mediodía que el aire quema porque llegó junio con su sol redondo, promesa de verano, de cosecha, de indolencia… y sigue la retama cubriendo los kilómetros de un amarillo, colza que ya floreció tiñendo los retales de nuestras parcelas ahora llenas de espigas que bajan la testuz, que buscan la tierra, que pesan de granos que se secan. Amarilla como la yema del corazón, el alimento que nos alimenta. Retama humilde dorada como un brazalete encerrando el viaje, dejando ese fulgor oro de siembra.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.