Estamos en el ecuador de la campaña electoral de las próximas elecciones europeas. Son las elecciones que menos votantes tienen. No parece que esta vez vaya a subir la cifra, más bien parece que va a bajar. La gente anda más pendiente del fútbol y de organizar las vacaciones de verano que de la campaña y es normal: los candidatos hacen la campaña en clave doméstica y esos mensajes, además de cansar por repetidos, se saben de memoria.
Esto no pasaría si se limitaran a explicar qué decisiones dependen de Bruselas y qué decisiones dependen de Madrid, cómo se gestionan los fondos económicos, para qué sirven y cómo se utilizan, lo bueno y lo malo de pertenecer a la comunidad, nuestros derechos, nuestras obligaciones… pero esto lo olvidan campaña tras campaña y en esta ocasión puede traernos serias consecuencias si el próximo 9 de junio no conseguimos frenar a Vox y a los partidos sin escrúpulos que pactan con ellos. Los políticos pueden ser malos, algo mejores y mucho peores, pero votar a la extrema derecha es ponernos al borde del abismo, y de eso, como les pasa a los argentinos, no tardaríamos en arrepentirnos, porque votar a unos para castigar a otros no es otra cosa que castigarnos a nosotros mismos.