Todos los que hemos jugado alguna vez al fútbol, siempre recordaremos a aquellos amigos que jugaban mejor que nosotros, pero, por avatares de la vida, nunca llegaron a rendir más allá de los 15 años.
El fútbol de los años 60, siglo pasado, los futbolistas tenían mucha afición, aunque desconocían los cuidados necesarios que hoy llaman “entrenamiento invisible”.
Sin embargo, seguimos teniendo la percepción de que “nosotros” éramos mejores que los de ahora, entrenábamos más que nadie, éramos los más duros del lugar, más resistentes y por eso no nos lesionábamos, y nos alimentábamos a la antigua usanza (filetes, huevos fritos con patatas, buen chorizo y salchichón; y la fruta no dejaba de ser un lujo…). De hecho, seguíamos la tradición (equivocada) de jugar el partido mañanero sin haber desayunado.
Por supuesto, en los partidos de la tarde, comíamos una hora antes, como mucho. En casa nos decían que correríamos mucho más con el estómago lleno.
Nuestra base de entrenamiento físico se basaba en las carreras al “sprint”, una y otra vez, no existía el trabajo de resistencia, y la carrera continua no nos servía para nada. Porque, con esfuerzos tan livianos, no sentíamos el “jadeo” ni notábamos las “cabalgadas” de nuestro corazón que tanto nos gustaban…
Teníamos pasión por vendarnos los tobillos, sin conocimientos de ningún principio del vendaje. Y nos poníamos unos calcetines debajo de las medias. El pie entraba en la bota casi “medio escayolado”. Más adelante, descubríamos que el tobillo sin ataduras permitía un mejor contacto con la pelota, se amortiguaba mejor el balón, el pie “torsionaba” mejor para ofrecer las superficies de contacto que el balón necesitase…
Casi por “esnobismo” la mayoría de futbolistas juveniles jugábamos con una rodillera, nos preservaba de heridas en los “rastreos” al suelo en las acciones de “tackling”, evitando heridas por “rozones” y roturas de piel.
Apenas conocíamos media docena de productos para mejorar nuestra “biología” y rendimiento en los partidos. Llegué a ver a algunos compañeros que hacían “enjuagues” en una botella de agua, diluyendo alguna pastilla de regaliz, con azúcar blanco, pensábamos que se adquiría más energía para repetir esfuerzos.
Ya en 2007 publiqué en w.esfutbol.net, un artículo sobre el "doping" utilizado en nuestra niñez. Y precisaba cómo la abuela Marcelina tenía una fe infinita en la "Quina Santa Catalina" como el mejor reconstituyente si le añadíamos dos yemas de huevo, todo ello bien batido. Si bien, lo que no tenía parangón era aquel producto de la canción del negrito creada en 1956: “Yo soy aquel negrito del África tropical…” Aquel cántico publicitario anunciaba que “lo tomaban los ciclistas porque eran los amos de la pista y también los futbolistas para entrar goles”. Este era nuestro producto mágico que tomábamos con un buen vaso de leche caliente, recién ordeñada, directamente desde el establo al cueceleches…
Qué tiempos aquellos donde disfrutábamos con nuestra inocencia y, también, con nuestra ignorancia atrevida.