Hace pocos días, los ministros de Interior de 15 países de los 27 socios de la Unión Europea, remitieron una carta a la Comisión, en la que, utilizando los más caros argumentos de la ultraderecha racista y el alambicado, manipulador y mentiroso lenguaje del fascismo xenófobo, pedían nuevas “medidas” para luchar contra la emigración mediante el endurecimiento de las políticas migratorias (ya muy restrictivas en Europa), y solicitando que se adoptaran por las autoridades europeas normas “innovadoras” para frenar, impedir u obstaculizar la llegada de migrantes a Europa.
A las mil razones que ya existen para avergonzarse de formar parte de una Comunidad Europea en caída libre hacia la más cruda xenofobia, viene a añadirse esta carta (de cuyos firmantes, afortunadamente, no forma parte el gobierno español) que hunde sus zarpas de intolerancia e insolidaridad en propuestas de “externalización” de los migrantes, es decir, de la creación de guetos en países subdesarrollados donde amontonar a miles de personas que no hacen más que ejercer su derecho a huir de la muerte, del hambre o de la persecución en sus propios países y que, crédulos, imaginaron un día que en la vieja Europa encontrarían un abrazo que no existe.
La ultraderecha, a cuya inspiración se debe esa impresentable carta, está ganando ya las próximas elecciones europeas al impregnar con sus rechazos, sus racismos, sus xenofobias y su mentalidad despectiva e inhumana las políticas migratorias de demasiados países. Al tiempo, sus campañas mediáticas de tergiversación y manipulación consiguen extender en la ciudadanía un imaginario conflictivo respecto a la inmigración, que no se corresponde con la realidad que millones de europeos viven cada día. También, con los eufemismos de “reevaluación política de la emigración”, “estabilidad y cohesión social”, “evitar la polarización de la sociedad” y otras perlas de la hipocresía, la descarnada y explícita xenofobia se expresa en un comportamiento que se muestra escalofriante en esa carta, en cuanto que está suscritaa por gobiernos que desprecian tanto su propia historia cuanto la misma democracia que simulan ejercer, que ignoran cualquier rasgo de humanidad y, sobre todo, que insultan la misma dignidad de los avergonzados ciudadanos a quienes dicen representar.
Italia, Chequia, Bulgaria, Dinamarca, Estonia, Grecia, Chipre, Letonia, Lituania, Malta, Países Bajos, Austria, Polonia, Rumanía y Finlandia. Quince países que hoy, mediante gobiernos xenófobos, cubren con un manto de infame vileza su historia, su memoria y el nombre de tantos de sus pensadores, artistas e intelectuales que un día quisieron sembrar en su tierra el germen del abrazo y la ven hoy convertida en páramo desierto para la humanidad.
Los habitantes de la Unión Europea saben, sin embargo, por experiencia propia en muchas ocasiones, que no hay muro suficientemente alto como para impedir a un ser humano buscar una vida digna de tal nombre. Y es desde esa conciencia, desde ese convencimiento que está en la base del ejercicio de ciudadanía, desde donde debe asumirse el rechazo a propuestas como las contenidas en esa vergonzante carta, y desde donde ha de contemplarse el reto que Europa, todos nosotros, tenemos respecto a las migraciones que, si es verdad que generan desajustes, no pueden resolverse con medidas que nos hagan sentir vergüenza de ser europeos.