“Las monjas de dos conventos de Burgos y Bizkaia tildan de herejes a todos los Papas posteriores a Pío XII y rinden pleitesía a un falso obispo excomulgado: “A partir de hoy, día de Nuestra Señora de Fátima del año 2024 nuestra comunidad, (Belorado y Orduña) saliendo de la Iglesia Conciliar pasa a formar parte de la Iglesia bajo la tutela y jurisdicción de Su Ilustrísima Reverendísima Dr. Don Pablo de Rojas Sánchez-Franco, Obispo legítimo de la Santa Iglesia Católica”. La reacción de la Iglesia no se hizo esperar. El arzobispo de Burgos comparecía en rueda de prensa para alertar a los fieles que no participen en las celebraciones del monasterio”. (De los periódicos).
Podría ser hasta cómico ese rifirrafe teológico pastoral surgido en los últimos días entre sectas religiosas, una de las cuales, apéndice de la otra, pretende ahora disociarse de su alma mater y formar su propia secta, con sus propiedades inmobiliarias exclusivas, sus doctrinas particulares, sus obispos tutelares y sus atávicos rituales. Mas nada tienen de cómicas estas lamentables noticias, indignantes e insultantes en una sociedad legalmente laica y con problemas de este mundo, porque ese otro mundo de lo irreal que representa esta gente que ahora se enfrenta, ocupa espacios informativos que debieran dedicarse a cosas de, por ejemplo si hablamos de religión católica, la condena judicial –inexistente- a los escándalo de la pederastia y los delitos sexuales contra menores en su seno, ocultados y absueltos de facto, por el cómplice silencio y por el miedo, por una sociedad intoxicada de beatería, santería, adicta a rituales y celebraciones tan repetidas como inútiles, despreciando, ignorando y eliminando de su interés esas peleas internas de gente que vive de la descomunal estafa que algunos llaman fe.
El respeto que uno pueda tener a las personas creyentes en cualquier dios, siempre que su paraíso no se inmiscuya en la vida ni en el desarrollo común, ni sus principios, pecados y anatemas pretendan hacerse ley, choca frontalmente con la repugnancia que provoca la atención mediática que se está dedicando a esta última pendencia entre comulgados y excomulgados, sectas ambas que venden humo y que desde hace siglos amedrentan, chantajean, maltratan, roban y esquilman los presupuestos públicos practicando el comercio y la compraventa de cosas como la esperanza, la piedad o la bonhomía, conceptos humanos de los que se han apropiado para, a falta de algo real que ofrecer a su rebaño y con que justificar su existencia, vender conceptos como la salvación eterna o defender sus sagrados libros que consagran el machismo, imponen el rechazo a la inteligencia y a la ciencia y certifican su absoluta separación de todo lo que se asocie a conceptos como cultura, pensamiento crítico, opción personal o libertad.
Obispados, arzobispados, papados, pías uniones, cofradías, parroquias, concilios, cónclaves, reverendos, ilustrísimos, comuniones y excomuniones, peregrinajes, reliquias, santidades, testamentos y otros conceptos de la maquinaria del engaño, cristalizan palpablemente en inmatriculaciones de edificios, es decir, apropiaciones, disfrute particular de bienes comunes, colonización de presupuestos públicos, lujosas jerarquías, palacios del exceso, impunidades por indignidades varias, especulación con terrenos y lugares que la Iglesia Católica, porque sí y porque le dejan -le dejamos-, manejan, manipulan y rentabilizan y se ven ahora enfrentados a “falsos” (!) curas, obispos, monjas y otros díscolos togados que se empeñan en tomar su parte del pastel. Quizá este pulso entre sotanas sirva para ponernos frente al espejo y ver que este país necesita aprobar la asignatura de la atención reflexiva para salir del pozo de esa gran estafa.