El crítico de cine, guionista y escritor compartirá un encuentro con los lectores en Letras Corsarias
Viene Rubén Lardín, guionista, periodista, escritor de todo lo que se les ocurra, traductor de novelas, tebeos y cómics llega a Salamanca, este viernes a las 19:30 horas en Letras Corsarias, con un libro bellísimo en las hechuras porque publicado por Fulgencio Pimentel no puede ser de otra manera. Un libro que nos ofrece en la portada una hermosa y tentadora escalera que subir para acceder a una prosa fresca, atrevida, irreverente, plena de referencias culturales, fluido que no para hasta dejar exhausto a un lector asombrado. Y de ese asombro me repongo para hacerle cuatro preguntas desordenadas.
Charo Alonso: Humor, disidencia ¿en los tiempos que corren cabe esta actitud en alguna parte?
Rubén Lardín: Bueno, ¿cabe alguna otra? La disidencia es optativa, yo es por no molestar, pero con el humor no hay atenuantes, el humor es lo primero, lo fundamental y en ocasiones lo único. Descuidar el humor, en cualquier contexto, en cualquier ámbito y en cualquier vicisitud, es darse a morir.
Ch.A.: Este libro hermosísimo, magníficamente editado y con una portada muy bella es una estupenda “ocasión”.
R.L.: Un libro es una cosa muy difícil de hacer. No hablo de escribir, ojo, escribir todo el mundo escribe, sino de hacer un libro, de confeccionarlo y de engendrar un objeto tan perfecto como puede llegar a serlo un libro. En este caso ha salido un bellezón. Tengo el privilegio de trabajar con una editorial que es en sí misma un manifiesto estético.
Ch.A.: Cierto, no es una editorial, es un milagro. ¿Se pueden considerar estas “ocasiones” como la continuación del discurso de su anterior novela, La hora atómica?
R.L.: Creo que ha de ser un libro distinto, han ocurrido cosas, pero es cierto que, en última instancia, el único aglutinante con el que cuento es la voz propia. Y la vida en marcha. El discurso, el que sea, supongo que viene constituido en esa voz, en el estilo, en el temperamento y en unas pocas certezas, espero que solo las justas.
Ch.A.: “Leyendo nada puede ocurrir”, pero escribiendo sí ¿Cómo aborda un escritor de crítica, guiones, prensa la escritura de una novela? ¿Cómo se sabe que hay novela y no otro de los muchos géneros que practica Rubén Lardín?
R.L.: No pienso tanto en términos de novela como de libro. Esto es un libro, y sí, es también una novela. Una de meditaciones, de fugas, de sustos y de contentos. Y de sexo y de amor y de vampiros y de barcos. Es un libro desangrándose, no hay más artificio. La dificultad, de hecho, está en la dirección contraria, en meter algo de literatura en esos otros lugares que ya no la aceptan, como son la prensa o la crítica.
Ch.A.: La voz recorre Madrid, Barcelona, Paris, Tánger… ¿Todas las ciudades son realmente una?
R.J.: En lo peor son casi franquicias, esa es la inercia, ya en casi todas hay idiotas llamando a las magdalenas en inglés, pero las particularidades de cada una son tenaces. A mí me da igual dónde estar, sé que aquí o allí siempre echaré cosas de menos y cosas de más, pero encuentro muchas posibilidades en el ir, en el venir, en el volver, en el llegar o incluso en el quedarse.
Ch.A.: El libro, en su fluir de consciencia desordenada está llena de citas talladas en piedra “A quien le gustan los libros le gustan los cementerios, son la misma cosa, hablar con los muertos al otro lado de una tapia alta”. Es un libro para leer con un lápiz y es una reflexión muy especial sobre la cultura, el hecho de leer y hasta el acto físico de escribir.
R.L.: Bueno, muchas gracias. El libro, en cierto modo, es el propio sujeto literario del libro, que es algo que temo decir porque suena a vade retro, ni con un palo, pero yo espero y deseo haber dado un libro lúdico y emotivo y un poco un jolgorio.
Ch.A.: Al protagonista le parece que el cine le abandona ¿Le abandonará quizás también la literatura? Por cierto, me ha encantado este “maldito libro murmurador que me apremia y que se me amotina…”
R.L.: La literatura me da igual. Mientras no me abandone el lenguaje… Pero los libros creo que no se van, son animalillos leales. Es verdad que llega un momento, hablando de la “cultura” en general, en que todo parecen sucedáneos intelectuales o artísticos, distracción vana y ruido y necedad, pero quiero pensar que es solo cierto desgaste mío y algo de premura, un deseo de que todos los momentos sean de valor. En realidad sigo viendo mucho cine, veo cine casi todos los días, ya casi he visto todo el cine del mundo tres veces.
Ch.A.: La voz que habla se encuentra por Vía Layetana con el propio Lardín “chupatintas al que le encanta saberse adorado, prosista envanecido”. Un guiño unamuniano divertido y crítico.
R.L.: Ya ves, el puto loco, hablando solo. Mira, estos días estoy volviendo a ver mi sitcom favorita de todos los tiempos, Bottom, de Adrian Edmonson y Rik Mayall, y he llegado a la conclusión de que yo mismo soy Bottom: soy un amoral y un moralista viviendo en el mismo cuerpo, y la ultraviolencia, la catástrofe, la obsesión sexual, que si unas zanahorias explosivas. ¡Eso es lo que soy!
Ch.A.: El sentido y la explicación de un libro está siempre fuera del libro, dice nuestro protagonista sin nombre. Presentando, paseando este libro ¿Se encuentra su sentido?
R.J.: Algo de sentido empieza a cobrar, sin duda. Mi escritura es plástica y anímica, cuando termino de escribir no siempre sé qué es lo que he escrito, y es ahora, con el libro en danza, cuando los lectores me están dando a ver qué es esto, me explican lo que he escrito, ¡a veces hasta me piden explicaciones! Pero yo es que no sé nada. En realidad no puedo hablar, me están diciendo todos cosas buenas e interesantes.
Ch.A.: Pues ahora que me apeo del tratamiento, yo también he visto esas cosas buenas e interesantes y he salido de la lectura como si me hubiese revolcado por el suelo…
R.J.: Qué generosa ¡Muchas gracias!
Viene a Salamanca este autor diferente, flotando sobre su libro, bajando las escaleras de una portada maravillosa en la que el nombre del autor y el título ocupan un lugar diminuto dándole importancia a esta sinfonía de azules. Y sin saber nada de crítica de cine, ni de underground ni nada que se le parezca, de repente, recuerdo bien dónde tengo guardado el nombre del autor: en la estantería de mi hija, las exquisitas piezas de Vampir y Aspirina de Joann Sfar están traducidas al español por Rubén Lardín… ese al que, como un Augusto Pérez unamuniano le interpela por la calle la voz de su último libro para decirle lindezas como que es un prosista envanecido, y que “cuando escribe bien no escribe del todo mal”. Habrá que ir a oírle y sobre todo, habrá que leerle para llegar a una conclusión. Y se lo aseguro, señores lectores, escribe no solo bien, sino mejor.
Charo Alonso.