OPINIóN
Actualizado 15/05/2024 07:51:54
Álvaro Maguiño

Cada vez que abro mis apuntes renuevo un pacto con la presencia. Niego que me he olvidado de las ampliaciones de la Mezquita de Córdoba y niego que necesito un descanso inmediatamente. Y afirmo que estoy acompañado, que gestiono las ausencias de manera penosa al intentar refugiarme en una silla supuestamente ergonómica. Tengo una mirada pendiendo del recuerdo y una conversación entremezclada—“tengo que preguntarle cómo fue su día y si expuso ya”—. Unas plantas que cuidar, unos platos que limpiar, un camino que andar, una sonrisa que poner.

Soy imprudente porque me he lanzado al cuidado de dos geranios en medio de la época de exámenes. A veces salen al balcón como el canario que se cree liberado, con esa luz de un mayo marceado. A veces beben los suspiros de la ventana. Y se entiende que hablo de geranios. Tanto compromiso con esos colores, rojos, blancos y verdes, por mantenerlos vivaces y acercarlos a lo pintoresco, constituye para mí un hecho fundamental. Prestarles un cariñoso esmero, someterles a una hipervigilancia alegórica, escuchar sus vivencias como si fueran gestas, palpar continuamente la tierra esperando que no se seque. Cuidar la ausencia. Tratar que mi inconsistente lenguaje, mi “telegramática existencia” confirme que hay un intento constante por mantener el hilo comunicativo—a pesar de que mis conversaciones parezcan padecer una crisis de identidad­—. No soportaría presenciar este tipo de funerales, de verme allí en el velatorio sin atreverme a reprochar nada ante el ataúd. No acompañaría al cortejo, quedaría alejado retrotrayendo todos aquellos actos comunicativos desaprovechados, sintiendo la magnitud del color no compartido (siento no haberte dicho que ese azul sólo podía verse acompañado). No sería digno del luto si sobre mis hombros recayese toda la culpa, si mi descuido y mi ausencia constante se convirtiesen en armas de fuego. Ahí siguen sin mí los tallos, que no conocen dato de mis rutinas domésticas ni de aquella dedicación por estar continuamente asegurando que soy proximal y no un simple recuerdo. Rebelarse contra la ausencia, sin ánimo de ser cismático, como si todo pudiese empezar de nuevo.

Si el sistema que me obliga a verificar que mi validez es perenne me aleja de la conversación, únicamente me quedará gestionar la ausencia. Lo único que deseo es evitar que se marchiten. Se entiende que estoy hablando de los geranios, ¿no?

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