SOCIEDAD
Actualizado 08/05/2024 12:49:36
Redacción

El vicario general, Tomás Durán, afirma que "aportaba lo mejor de la medicina y del humanismo cristiano para la sanación del enfermo"

La Diócesis de Salamanca ha publicado un escrito en memoria del doctor Julián Benavente Herrero firmado por Tomás Durán, vicario general.


El domingo 5 de mayo fallecía en Salamanca el Dr. Julián Benavente cuya vida estuvo estrechamente ligada a la comunidad diocesana por su compromiso profundo de fe y su servicio desinteresado. Desde su cercanía al obispo Mauro hasta su ayuda incondicional a multitud de sacerdotes y pacientes, deja una huella imborrable en la Diócesis.

En nuestra vida diocesana, cuando pensamos en el desarrollo del Concilio Vaticano II, miramos a multitud de laicos, hombres y mujeres, que en virtud del Bautismo, han ejercido de manera encomiable el apostolado de los seglares, en una unidad de vida, por el camino del evangelio, en un ejercicio de eclesialidad y de servicio al mundo en las realidades temporales de “la vida, la familia, la cultura, la economía, las artes y las profesiones, las instituciones de la comunidad política… y otras realidades” (Apostolicam Actuositatem, 7= AA). Unos de manera más escondida, otros con más relevancia social por su profesión. Todos ellos, aún en los servicios más humildes, han vivido de forma decidida la vocación de “ofrecer el mensaje de Cristo…, e impregnar y perfeccionar con el espíritu evangélico el orden de las realidades temporales” (AA 5), ejerciendo su apostolado “en el mundo a manera de fermento” (AA 2). Es tarea de la Diócesis el hacer memoria de estos hombres y mujeres con agradecimiento, para que sus vidas sean testimonio en un momento en el que se quiere avivar el carisma y el ministerio de los laicos.

Traemos hoy a nuestra presencia diocesana al recientemente fallecido Dr. D. Julián Benavente, esposo, padre de familia y médico. Vaya nuestra oración al Padre de la misericordia por su vida, para que alcance por su Hijo Jesús, en quien siempre creyó y esperó, la manifestación plena de ser hijo de Dios. Y a sus hijos y familiares más directos nuestra más sentida condolencia.
Su vida, su testimonio familiar, su apostolado y el ejercicio de su profesión de médico, han dejado huella entre nosotros. Siguiendo el Concilio Vaticano II, pues es hijo de él, y “guiado por el evangelio, el pensamiento de la Iglesia, y movido por el amor cristiano” (AA 7), iluminó su vida familiar, apostólica y profesional. Conocemos su cercanía a D. Mauro, la ayuda que supuso para su ministerio episcopal, al conjugar el diagnóstico médico con sabiduría humanista, cercanía y palabra de amigo, y de amor a la Iglesia diocesana encarnada en el obispo a quien servía. Lo mismo con otros sacerdotes y pacientes que acudían a él, nos consta que en muchas ocasiones lo hacía de manera altruista.

Era muy gratificante escuchar cómo él quería unir, en su ejercicio de la medicina la valoración profesional de todas las pruebas y los datos analíticos del enfermo, con el alma de la persona, en una unidad de cuerpo y espíritu que abarcara la totalidad del paciente. Eso llevaba a la palabra justa y al consejo de amigo, que aportaba lo mejor de la medicina y del humanismo cristiano para la sanación del enfermo.

Junto a esta tarea, también destacamos su colaboración a la causa se la canonización de Santa Bonifacia Rodríguez de Castro, su labor en la Universidad Pontificia de Salamanca en la Escuela de Enfermería, hoy Facultad de Ciencias de la Salud, y el servicio solícito y continuado a todos aquellos que acudían a su consulta. Todo ello hizo que uniera en su existencia una síntesis de fe y vida de manera inseparable. Y por todo ello, manifestamos vivamente nuestro agradecimiento.

En estos momentos de llamada a la sinodalidad, en un ejercicio de comunión y participación en la vida y misión de la Iglesia, el ejercicio laical de Julián Benavente ilumina el camino que recorremos, para que los fieles laicos vivan más el ministerio cristiano del compromiso en el mundo que nace de su Bautismo. A este propósito, citamos estas palabras iluminadoras: “Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino” (Papa Francisco, Evangelium Gaudium 27).

TOMÁS DURÁN. VICARIO GENERAL DE LA DIÓCESIS DE SALAMANCA

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