Es una escena típica cuando el protagonista quiere dárselas de intrépido, aunque todo indique que la procesión va por dentro. Imaginemos que alguien está recibiendo una paliza y sus acompañantes le aconsejan que se aleje del peligro. Envuelto en su complejo de inferioridad, y para sacar pecho ante de los suyos, el agredido suele exclamar: “Dejadme solo, que este se va a enterar”.
Vivía en mi pueblo un pobre anciano, ligeramente lisiado y bastante gruñón, que siempre solía discutir con sus hijos cuando no le dejaban hacer de las suyas. Un buen día, le vi acercarse a un antiguo pozo no muy profundo, pero con agua suficiente para poder ahogarse una persona mayor, y a una de sus hijas corriendo tras él para evitar que se lanzara dentro. El anciano siempre caminaba, en invierno y en verano, envuelto en una raída manta acomodada como si se tratara de un poncho. Según él, un buen paño aísla tanto del frío como del calor. Conocedor del personaje y convencido de que todo era simulado, corrí hasta colocarme detrás de él para poder sujetarle. El buen hombre no me había visto, pero sin acercarse demasiado al pozo comenzó a enrollarse parsimoniosamente la manta para dar tiempo a que llegara su hija. Cuando estaba inmóvil, sujeté su menudo cuerpo con un brazo mientras con el otro hice ademán de empujarle. Instantáneamente, aquel hombrecillo tullido y con muy escasas fuerzas, saltó hacia atrás con el mismo impulso que salta la gacela cuando se da cuenta del ataque del león. Decididamente, aquel anciano estaba muy lejos de querer arrojarse a un pozo.
El 24 de abril Sánchez amagó con lanzarse al pozo de la dimisión. El panorama político estaba tan revuelto que, esta vez sí, vio peligrar su continuidad en La Moncloa. Su problema era exclusivamente político, pero debía envolverse en la manta del desdichado que se siente perseguido por los poderosos, del niño que sufre bulling en clase, o de la mujer acosada por su jefe. Cuanto más compungido apareciera su gesto, mayor compasión levantaría en sus allegados. Tanto empeño puso en su actuación que alguno de los suyos llegó a creérselo. Como si de la Legión se tratara, tuvo que gritar: ¡A mí el partido! Varios miles de conmilitones vieron su nómina en el aire “¿Será capaz de dejarnos en la calle?” Sánchez tuvo mucho interés en no dar detalles que pudieran descubrir una más de sus constantes argucias. Al mismo tiempo, nada podía quedar sin atar. Los responsables locales del partido debían organizar rápidamente la peregrinación a la calle Ferraz, a La Moncloa, al Congreso y, si no era suficiente, a la calle Génova. Como en las malas corridas, esta vez sólo llenó un cuarto de plaza.
Ya son demasiadas las pruebas que ha dado Sánchez para demostrar su doctorado cum laude a la horade faltar a la verdad, como para que la mayoría de españoles –no pocos de ellos, socialistas- se tomaran en serio lo de la dimisión. Por mucho empeño que ponga Tezanos, Sánchez sabe que el partido que ahora dirige, muy alejado del que asomó en la Transición, está muy lejos de volver a ganar unas elecciones generales; siempre tendrá que buscar el apoyo de los que quieren acabar con la unidad de España y su actual régimen. Con Sánchez en la escena nada es lo que parece. Su espantada de cinco días, más que buscar la defensa de su esposa, fue una forma de asegurar la propia inmunidad si, de rebote, sale a relucir algún trapo sucio, en el interior o en el exterior, que pueda salpicarle directamente.
Una vez más, Sánchez consigue poner a España en la portada de todos los medios de comunicación del mundo. Todos tienen corresponsales en Madrid y saben de qué va el tema. Nada de bulos ni falsedades de la oposición, es la dolorosa verdad: a pasos agigantados, España está alejándose de lo que todo el mundo entiende por democracia. A la hora de criticar la política de nuestro gobierno existe una práctica unanimidad en las naciones de nuestro entorno. Aquí hay un presidente del gobierno que despilfarra los fondos públicos, menosprecia la Corona, desmorona la independencia de los poderes públicos, propicia el enfrentamiento entre los españoles y se niega reiteradamente a dar explicaciones en las Cortes. Sólo el temor a que queden jueces que no se dejen manipular puede justificar el hecho de que no acuda a la justicia cuando se denuncian maniobras de su esposa que, según él, son totalmente falsas. Haciendo pucheros, dijo en el Congreso que, a pesar de las calumnias, sigue confiando en la Justicia española. ¿A qué espera?
Hasta ahora, nada le ha importado la insufrible factura que hemos tenido que pagar todos los españoles para que pueda continuar en el poder. Los que se amamantan prendidos a la ubre de España amenazan con dejarla seca. A la vez que se le recorta el pienso, cada vez se pretende sacar más litros. Entre sus propios vaqueros, ya se escuchan protestas por tanto atropello. Se han llevado toda la mala leche y puede llegar un momento en que la vaca no se deje ordeñar más.
Yo recomendaría al presidente Sánchez que no vuelva a acercarse al pozo. Hasta el mejor deportista puede sufrir un resbalón y este pozo es más peligroso porque, con poca agua, el golpe puede ser grave. Sus remedios para aumentar el bienestar de los ciudadanos, ya sabemos el resultado que dan. Si a partir de ahora pretende usar la misma fórmula para regenerar la democracia, pida los apuntes en las naciones de occidente con democracia consolidada y no copie los inventos del populismo autocrático. Admita que la culpa no siempre es de los demás. No dé más vueltas a la manta y, si quiere intentarlo otra vez, permita antes que el pozo se recupere de la sequía que le agobia.