Mario se levantó cuando todavía no había amanecido. Tras perfilar cuidadosamente su barba y una ducha en la que apenas le dio tiempo a mojarse, bajó decidido las escaleras de su casa. Vertió una porción de comida a Poseidón, el labrador que vivía con él desde hacía más de cuatro años, y, mientras apuraba largos sorbos del café, todavía humeante, se recolocó con esmero los flecos de su camisa.
Le habían dicho que no llegara ni muy tarde ni muy pronto a la entrevista de trabajo, por lo que estaría en la puerta diez minutos antes. Tras dejar todo atado y preparado en casa, condujo un cuarto de hora escaso hasta su próximo lugar de trabajo, o al menos eso ansiaba él.
En la sala de espera no tuvo que aguardar más de cinco minutos hasta que pronunciaron su nombre. «Sabía yo que tenía que estar bastante antes», pensó al tiempo que accedía al interior del despacho.
—El currículum está bien, pero le falta experiencia. Intentaremos otras vías y, en caso de que alguien fallé, tendremos en cuenta su perfil.
Primer dardo, agua. «Bueno, que no decaiga la cosa», se animó. Aún le quedaban dos entrevistas ese día y tenía que afrontarlas de la mejor forma posible.
Esa positividad le duró el tiempo que tardó en llegar a la segunda empresa, donde una señora vestida con un traje azul oscuro e impoluto le dio la nefasta noticia.
—Disculpe, la vacante ya ha sido ocupada. Aun así, puede dejarnos su currículum para futuras ocasiones.
—Por supuesto —se lo entregó resignado—. Muchas gracias por tenerlo en cuenta.
Segunda bala que se perdía y, encima, la tercera opción era la que menos le gustaba. A decir verdad no le hacía nada de gracia, pero sabía que tenía que trabajar sí o sí. Era consciente de que podía aspirar a algo mejor, pero, visto lo visto, no había muchas más opciones.
—Buenos días —saludó con su mejor sonrisa—. Soy Mario Pérez, tenía una entrevista para el puest…
—¡Ah, sí! —le cortó una secretaria entrada en años—. El director ya le espera en su despacho.
Y, en efecto, le esperaba, pero no para darle las noticias que Mario pretendía escuchar.
—El caso es que nos agrada su doctorado, el máster en electromecánica y, especialmente, el de programación. El resto de aspectos están bien, pero quizá nos falte algo de experiencia.
—Puedo aprender rápido.
—El problema es que nosotros no podemos esperar mucho más. La empresa busca resultados rápidos y objetivos a corto plazo. Ya lo siento, de corazón se lo digo, pero por ahora no va a ser posible.
Mario, frustrado y triste, se despidió educadamente y condujo en silencio hasta su casa. Agradeció vivir sólo con su perro para no tener que hablar con nadie más. Apenas unas caricias tristes bastaron para que el labrador se diera cuenta de que no era momento de salir a jugar e, inteligente, se recostó en el sofá junto al humano mientras éste comía sin abrir la boca.
De fondo, en la televisión, un periodista abría el noticiario de las tres con la última investigación de un conocido centro sociológico español.
—El estudio afirma que el 80% de los jóvenes entre dieciocho y veinticinco años no quiere trabajar o sólo busca hacerlo bajo unas condici…
Mario apagó el televisor y continuó comiendo en silencio.