Probablemente, en la educación pública estadounidense las y los profesores pondrán un poco el acento en la lectura de Paul Auster en las semanas siguientes. Fragmentos de sus obras bastarán. Algunos poemas. Columnas publicadas en su memoria por personas ajenas al conocimiento de su idioma, como es el caso del escritor de las palabras salpicadas aquí.
Mi ejemplar de Paul Auster se encuentra en otro lado. No está aquí. Anduvo por Colombia y probablemente por más países de Sudamérica. Leído, claro. Y además subrayado y anotado con la ayuda de una disciplina volcada en la escritura de notas literarias y artísticas, humanísticas, en cuadernos de colores. Mi ejemplar fue el regalo de un bibliófilo mexicano. Tanto él, como otras personas de la familia, comparten el gusto por el autor de A salto de mata y El palacio de la luna.
Si algo puedo recoger de su literatura en esta fecha de su efeméride luctuosa, sin lugar a dudas es su capacidad de asombro. Como todas y todos los buenos escritores, a sus palabras letraheridas las antecede el tamaño de una lectura similar a la de Cervantes y el Quijote. Recuerdo cómo las cajas de libros —en buena parte policíacos— heredadas le sirvieron de muebles en una casa al uso de las residencias estudiantiles, con apenas unos dólares para ir tirando día a día. Esas cajas eran el comedor, la sala, la cama, cualquier cosa.
Ciertamente, no alcanza la altura de otros autores verdaderamente cultos. Nunca llegará al escalafón de un Cervantes. Ni al de toda la literatura medieval y renacentista española. El público generalmente se emociona de más antes escritores como Paul Auster y Gabriel García Márquez porque en realidad no han leído nada más allá de lo evidente. Yo les preguntaría a ustedes, quién ha leído a Francesco Colonna, Petrarca, Enrique de Villena, quién al otro lado del mundo desde donde les escribo ha descansado sus ojos en El sueño en el pabellón rojo, de Cao Xueqin. En otras palabras, recordando a Nuccio Ordine por igual, o a Jorge Luis Borges, quién entiende de moral y humanismo.
Pero aquí debemos emocionarnos con este autor a quien, como sucede con el caso de Walt Whitman, la ciudad de Nueva York le debe fama y honra. La Roma de Virgilio, la Grecia de Homero, la Alejandría de Lawrence Durrell, la Cuba de Alejo Carpentier, el México de Juan Rulfo… No es poco el aporte de Paul Auster a la configuración geográfica de nuestro territorio físico y letraherido. Probablemente, en la educación pública estadounidense las y los profesores pondrán un poco el acento en la lectura de Paul Auster en las semanas siguientes. Fragmentos de sus obras bastarán. Algunos poemas. Columnas publicadas en su memoria por personas ajenas al conocimiento de su idioma, como es el caso del escritor de las palabras salpicadas aquí.
Mi ejemplar de El palacio de la luna lo tiene una amiga a quien le encanta viajar. Seguramente, sus kilómetros recorridos en la tierra y los mares debe acercarse un poquito a la cuenta debida de quien se ha embarcado en un viaje no mágico ni misterioso, a ese cielo oscuro de la piedra enorme incrustada en su moneda de plata... Mis padres, desde su imperio del alma, abarcan con cuatro brazos el orbe de la existencia... La lucha social más honesta se construye no con firmas compradas, ni con la violencia contra las y los acaudalados del capital. Es en el territorio de la izquierda desprotegida donde mora la bendición de un deseo de justicia pacífico y estable...
Autores como Paul Auster le ayudan a una y uno a comprender esto. Crean empatía con las especies animales y el género humano. Nos recuerdan como otros tantos escritores franceses o alemanes aquella infancia del milagro y la sorpresa donde todo el encanto del universo resulta posible debido al cuidado de los padres. Qué cosa si no esta nos han enseñado los autores con letra mayúscula como Petrarca u Homero con el amor a una sola Laura y la búsqueda infinita del reencuentro con el padre. El sueño de Francesco Colonna, el de Cao Xueqin, el de Cervantes en la Cueva de Montesinos… Ese ámbito innumerable contado sin medida por Paul Auster lo celebramos con un fuerte sentido de compromiso estético universal, en nuestro ochocientas veces áureo periódico salmantino.