Recuerdo que la primera vez que escribí en un ordenador, de aquellos con un enorme teclado, una pantalla con gran fondo y al lado una gigantesca torre que albergaba toda su sabiduría, me quedé prendada al ver cuántas cosas sabía hacer aquel aparato en cuanto pulsaba sus teclas.
De entrada, no había que meter ningún folio, ni sujetarlo con la palanca, ni enrollarlo en el carro, ni ajustar el margen, ni aporrear las letras para que los martillitos las marcaran sobre el papel.
En aquella pantalla luminosa aparecían palabras, las teclas eran suaves y apenas sonaban, los renglones saltaban solos a medida que se iban completando…
No se acababa la cinta en el peor momento posible, así que tampoco había que cambiarla dejando la tinta impregnada, como poco, en nuestras huellas dactilares…
Tampoco era necesario utilizar el negro papel carbón para hacer copias… Sí, ese papel que se usaba entre dos folios, incluso en diversas capas intercaladas para sacar varias iguales del mismo escrito. Ahora podemos escribir todo aquello que queramos y hacer infinitas copias, ¡un lujo!
¿Y el corrector ortográfico? Darle al pincelito ante cualquier equivocación, y extender sobre la palabra aquel líquido blanco al que, si estaba muy espeso, había que echarle diluyente, mover como una maraca para que se mezclara y poder distribuirlo mejor. Claro, claro, y soplar para que se secara y poder escribir encima la palabra correcta…
Actualmente, incluso en los móviles podemos enviar mensajes. Aunque nos perseguirá el señor corrector sin razón ninguna ni criterio, para poner lo que le sale de los circuitos (¡no pongo lo que pienso porque me lo corregiría!).
Los ordenadores, esta gran ayuda en nuestro día a día, funcionan fenomenal para hacer lo mismo de siempre. Así vamos bien. Ahora, como haya que salirse del guion y ponerse con algo nuevo… ¡Qué espanto! De entrada, lo que tenemos que hacer nunca se llama con el nombre de lo que tenemos que hacer. Le ponen a todo otras acepciones, yo creo que para despistar. Para fastidiar. Para partirse de la risa con la cara de… raritos que se nos debe quedar.
Te ponen un dibujito de una brochita y es Copiar formato. En la tierra charra una brocha es una brocha. De toda la vida. Y punto pelota. Por cierto: al corrector no le cuadra la palabra “charra” (natural de Salamanca), y quiere sustituirla por charla, para que la frase sea: en mi tierra charla una brocha. Sin comentarios. Y lo de punto pelota tampoco le va y me sugiere “punto peloto”. Pues nada. Cada cual que elija.
Te ponen un dibujito de dos anillos, que ha sido toda la vida señal de boda, fácil de entender, ¿no? Pues resulta que crea un vínculo de acceso rápido en el documento. No quiero ni imaginar lo que será una referencia cruzada. Seguro que tiene que ver con lo que ahora se lleva tanto del poliamor.
Me parece que lo dejo… que esto se está complicando mucho.
Por cierto, no sé dónde estará mi Olivetti. ¡Aquello sí que era escribir!
Mercedes Sánchez