00:00 h. La madre P. escucha, entre sueños y vigilias, el reloj conventual que da las doce, mientras ella da gracias a Dios por la gracia de la puerta abierta en el Corpus, una puerta por la que el mundo se adentra en Dios y Dios sale al mundo, igual que en su celda vive la libertad y por la reja no se separa sino para unirse.
01:55 h. Se echó un rato pero pronto le sonó el despertador, se abrigó y, como cada semana, A. pone rumbo hacia la capilla, para hacer su turno de dos horas. Lo mantendrá mientras pueda, que no siempre es fácil organizarse, pero este regalo bien merece un esfuerzo, tan pequeño en comparación con lo grande que allí encuentra, en ese sitio y ese momento que reserva para poner su vida en las manos de Aquel que en el Pan se entrega.
03:27 h. ¿Una iglesia abierta a estas horas? R. y A. no saben muy bien por qué han decidido interrumpir una noche que prometía, con los bares de copas a tope y la gente con tantas ganas de pasárselo bien. Aún tienen menos clara la razón de haber tirado por esa calle que no cae de camino al piso que comparten con otras dos universitarias. El caso es que han visto esa puerta, han entrado y ahora les arde el corazón.
05:17 h. Después de tres noches acompañando a su madre en el hospital se empeñaron en que L. pasara la noche en su cama, pero no consigue dormir. Ha tenido que salir a despejarse, la casa se le caía encima, la vida se le ha derrumbado en cuestión de semanas. Aunque ella es muy escéptica sabe que mamá, de vez en cuando, va por el Corpus. Nunca se había animado a acompañarla, pese a sus respetuosas insinuaciones. Hoy, al salir de casa, sabe donde tenía que acudir.
07:25 h. Conseguir un trabajo a los cincuenta años le ha costado decenas de decepciones previas a A., y hoy es su primer día. Lo tiene todo preparado. Con la ilusión del principiante y la responsabilidad del que se ha esforzado, pero también con la gratitud del que ha rezado y, en su zozobra, en sus dudas, ha sido escuchado. Llegará con tiempo, claro, pero tras una visita de acción de gracias a su confidente en el Corpus.
09:15 h. Recién dejados sus nietos en el colegio, V. sigue con su rutina mañanera, que incluye el mismo banco, el mismo extremo del banco, las mismas jaculatorias que con tesón de abuela, y alguna adaptación, ha transmitido a sus queridos niños, los eternos quebraderos de cabeza que la afligen: la familia, la Iglesia, la patria. Sobre el altar, Él ya sabe que nunca falla; sobre el reclinatorio, ella sabe de quién se ha fiado.
10:40 h. Revisa el libro de firmas, se fija en los detalles de la capilla, que todo esté en orden, y tras una oración breve reanuda sus quehaceres laborales. I. es uno de los coordinadores, un servicio necesario que permite que la puerta pueda seguir abierta, y que si algún día chirría se engrase, y que si algún día se entorna no se cierre del todo.
11:55 h. Al obispo le ha sorprendido el mediodía junto al Corpus, así que ha decidido rezar allí el Ángelus. Antes y después, durante unos minutos, reza en silencio con mucha paz, y le viene a la mente lo aprobado en la Asamblea Diocesana: “Seguir cuidando y potenciando la Capilla de Adoración Eucarística Perpetua como un proyecto diocesano de oración”.
13:21 h. D. y A. se conocieron en Salamanca hace muchos años. La ciudad les unió y, después de bastante tiempo, se han obsequiado con un viaje desde el alejado lugar donde residen para volver a pasear por ella. No recordaban haber entrado nunca en esta iglesia, y tampoco suelen frecuentarlas más que con curiosidad turística. Lo de hoy es diferente. Atraídos por la portada, no esperaban sentir dentro del templo algo que, se han dado cuenta, ya llevaban dentro de sí.
14:55 h. El autobús que la trae de su pueblo deja a D. a unos cuantos minutos de la capilla, pero cuando dan las tres ya está allí. Ella, una de las 244 personas que sostienen la cadena de oración, escogió, desde el comienzo, los viernes a la hora de nona. La hora de la Cruz, que exactamente eso es el altar, donde el Amor de los amores se da hasta el extremo.
16:22 h. Sale con el pulso acelerado, mucho. Casi no es capaz de controlarlo. Cruza la calle y, como en un impulso contra toda la corriente que empuja hacia la orilla de la muerte, E. atraviesa la puerta de en frente y logra serenarse hasta sentir su propio corazón y, acompasado, el otro corazón que late en su seno. Siente que ha llegado a la orilla de la vida.
17:53 h. El padre L. ha comprobado que el respaldo de su comunidad a la capilla viene sirviendo para que también en la parroquia haya más sensibilidad y más gusto por los tiempos de adoración, que no se trata de quitar de aquí para poner allá sino de contagiar y extender. No son pocas sus ocupaciones, pero ser ministro del perdón de Dios es posiblemente la más esencial para salvar almas, así que allí está, puntualmente, con su alba y su estola morada.
19:36 h. Lo que experimenta M. desde hace unos meses no se atreve a compartirlo aún con sus más cercanos. De hecho, ahora el más cercano es Él, esa presencia blanca, ese misterio circular, esa luz encendida siempre tras la puerta abierta en el Corpus. No es que tenga que bautizarse como U., su novia, con quien está aprendido a amar aunque hoy no haya podido acompañarle, pero después de tanto tiempo… Por fin se decide y se acerca al de la estola morada: “Uffff, no sé ni cómo empezar”. “Tranquilo, que ya ha empezado Él por ti esta obra buena y en ti la llevará a término”.
20:57 h. Cuando le saltan los whatsapp del grupo de “Adoradores de emergencia” los domingos por la tarde rara vez responde N. a la coordinadora general. Se sorprende de la rapidez con la que se cubren las vacantes, aunque luego suelen surgir algunas más durante la semana. Eso pasa hoy, que parecía tardarse en cubrir y se ha terminado por animar. Hay bastantes personas en la capilla, pero estarán de paso, supone. Firma y se arrodilla unos minutos. Luego se sienta y se acuerda de tantos nombres… Después vuelve a arrodillarse. La hora es un suspiro. Bendita emergencia.
22:37 h. Ya pesa la noche aunque no sean ni las once, porque es una noche más en la calle. Da igual la fecha, el frío es el mismo, la invisibilidad no cambia, la piel conserva la dureza y la oscuridad su poder. D. ha venido de lejos y no había encontrado aún cercanía hasta que hoy, cuando ha entrado en el Corpus, alguien le ha mirado los ojos y le ha preguntado su nombre.
23:59 h. Van a dar las doce. Termina el turno de O. y no es un turno cualquiera, aunque lo concluye como acostumbra, musitando devotamente “Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar”. Este 27 de abril a punto de comenzar la Capilla de Adoración Eucarística Perpetua cumple una década en Salamanca. Para la vida del mundo.