La primera impresión no arrojaba dudas; se trataba de un crimen pasional, o al menos eso se respiraba en cada uno de los rincones del lugar de los hechos. A pesar de no existir signos de violencia aparente, sí se podía intuir un forcejeo más que notorio entre ambos, como quien trata de dominar sin ser dominado. La estancia, inmersa en una espesa penumbra, avisaba a quien osara visitarla de que se acababa de verter el dulce perfume de la muerte.
Casasola, inspector experimentado y curtido en mil batallas, no podía dar crédito a lo que estaba presenciando. Tuvo que armarse de valor y controlar sus impulsos para escudriñar, con esmero, el cuerpo del finado y revelar así los signos conocidos por cualquier amante del arte criminalístico: palidez, expresión sorprendida, rictus contrariado y ojos muy abiertos pero carentes de vida.
Aquel hombre, con su pericia como única herramienta, siguió mirándolos unos segundos más mientras imaginaba, con una mezcla de pena y condescendencia, la gran cantidad de sensaciones que se habrían vivido minutos antes en aquella habitación. Desde un principio tuvo claro que ninguno de los dos implicados volvería a ser el mismo después del brutal envite. La víctima, tan soñadora, enérgica y valiente, había defenestrado sus ganas de vivir en pro de las de su asesino, el mismo que la miraba, con expresión satisfecha, reposando en su regazo.
Y es que, para aquel libro, esa mujer a la que acababa de arrebatar la vida no sería ni su primera ni su última víctima.
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¡FELIZ DÍA Y SEMANA DEL LIBRO, QUERIDOS LECTORES!
"Silentium" es mi novela y también está deseando acabar con ustedes, se lo puedo asegurar.