Cuando arrecia la tormenta en el interior, Sánchez se sube al Falcon y pretende recorrer medio mundo queriendo interpretar el papel de mediador universal, al tiempo que es incapaz de poner orden en los asuntos de casa. De nuevo, la táctica del calamar. El nuevo Phileas Fogg del barrio de Tetuán, no por apuesta sino por quitarse de en medio y, de paso, hacer méritos para un posible cargo en algún perdedero internacional, está ofreciendo otro nuevo crecepelo a sus interlocutores a costa de los impuestos que pagamos todos los españoles. Lo oscuro que se presenta el panorama en España le importa bien poco. Dudo mucho que alguien sensato compre su mercancía a quien suena envuelto en más de un problema interno.
Esta última apertura a la española consiste en visitar a los veintisiete miembros de la UE para recomendar su solución al problema palestino. Si la única información que tenemos de esas visitas es la que nos ofrecen los medios afines al régimen, podríamos pensar que Sánchez se ha convertido en el Adenauer del siglo XXI. Escarbando en la realidad, resulta que sus primeros anfitriones le están dado muy buenas palabras, pero sin el entusiasmo que pretenden transmitir los voceros sanchistas.
De la falta de criterios firmes de Sánchez da fe el diferente rasero que empleó en el problema del pueblo saharaui. En aquella ocasión tomó la decisión sin contar con nadie y ahora hace lo mismo, y en ambas existen resoluciones de la ONU. En cualquier caso, poco se puede esperar de las maniobras de un político con el que nadie cuenta en las altas esferas. Conocen bien sus afinidades y, por educación, le escuchan, pero no le hacen caso.
En el conflicto de Oriente Medio no es fácil encontrar una solución de la noche a la mañana sin analizar su naturaleza y las confrontaciones habidas a lo largo de los tiempos. Son muchos siglos de desencuentros hasta llegar a la situación actual. Mezclar la religión con la política ha convertido esa región en el hogar provisional para colectivos desubicados. Las Naciones Unidas aprobaron en 1947 la división de Palestina en dos estados, el árabe y el judío y, declararon a Jerusalén ciudad autónoma. Ahí comenzó una nueva confrontación entre judíos y árabes. En 1948 Israel, al retirarse Inglaterra, declaró su independencia, decisión que reavivó el fuego de las disputas. Jordania y Egipto reconocieron al nuevo estado semita, no así los demás. En la llamada Guerra de los Seis Días de 1967, Israel se anexionó la Franja de Gaza que abandonó en 2015.
Así las cosas, mientras unos y otros han continuado potenciando sus respectivos ejércitos, los atentados terroristas y las respuestas militares han sido el pan nuestro de cada día. El 7 de octubre de 2023, la organización terrorista Hamás asestó un duro golpe a varias poblaciones de Israel, con bombardeos indiscriminados a centros civiles que ocasionaron cerca de 2000 muertos a la vez que secuestraban a 250 personas, la mayoría civiles.
Conociendo la forma de actuar de Israel era lógico pensar en la respuesta, muy dura, por cierto. Lejos de un cese de hostilidades y devolución de prisioneros, el conflicto persiste y tiene visos de complicarse. Las grandes potencias, de forma más o menos solapada, se están alineando tras los dos bandos enfrentados. Hasta la fecha, Israel cuenta con el apoyo moral y económico de EE. UU. y detrás de Hamás están las potencias árabes encabezadas por Irán. Para un posible alto el fuego, Israel exige la liberación de todos los rehenes y la disolución de la organización terrorista. Hamás no cede y su táctica de establecerse en edificios ocupados por entidades humanitarias ha llevado a Israel a tener que intervenir en alguno de ellos. Todo el mundo alega su derecho a defenderse, pero acaban muriendo quienes no pueden hacer eso. La respuesta de Israel llegó atacando la embajada de Irán en Damasco, donde encontró la muerte un mando superior de la Milicias Revolucionarias de Irán, afines la causa palestina, y parte del personal civil. De oca a oca; ahora le toca el turno a Irán que, por supuesto, ha respondido lanzando todo un rosario de drones y misiles sobre territorio israelí. Israel ha contrarrestado el ataque e Irán está pensándoselo.
En ese escenario de tan difícil pacificación ha querido intervenir Sánchez. Muy loable su actitud si no dejara ver su falta de parcialidad. La violencia, venga de quien venga, debe ser siempre condenada y, por supuesto, sin paliativos. No vale hacerlo con la boca pequeña y cuando ya se han manifestado todas las verdaderas democracias. Las conductas de Hamás, Israel, y ahora Irán, son igualmente condenables. Los paños calientes ya se usan con demasiada profusión en nuestras cámaras parlamentarias y ante los medios de comunicación. Toda actuación que sinceramente busque la paz debe ser aplaudida. Lo que no tiene un pase es la pantomima, la sobreactuación y el abandono de los propios problemas. En política exterior, como en tantas otras materias, se predica con el ejemplo. Sánchez ha hecho muy poco por la convivencia entre los españoles y ahora quiere arreglar el mundo. Menos teatro, menos viajes sin razón y más explicaciones ante los muchos problemas de casa.